Según avanza la noche, los fumadores se vuelven más «cabezones». Cuesta controlar la adicción y la costumbre que lleva a algunos a encender cigarrillos, casi siempre por despiste. Los hosteleros se convierten en vigilantes, algo que les irrita. «Además de poner copas y servir mesas, ahora tengo que controlar que nadie encienda un pito en el bar, es desagradable», asegura un hostelero avilesino, también fumador. Pese a todo, la clientela parece bien amaestrada. «Este viernes, el primero tras entrar en vigor la ley, la gente se portó muy bien. Los fumadores se merecen un sobresaliente en ese sentido», manifiesta Jorge Menéndez, al frente del pub Floro, en Avilés. Su colega Alberto Cora, del Discovery, confirma tales palabras: «No hemos tenido que llamar la atención a nadie».

En el exterior de un bar de Mieres, Cheli Fidalgo aseguraba el viernes que lleva años fumando y que no piensa dejarlo por la nueva ley. Al contrario, se queda con la cara positiva y admira el «ambientillo» nocturno que se genera en el exterior de los bares por parte de los fumadores, aunque teme que la gente «empiece a quedarse en casa al no poder echar el pitín».

«Mira qué guapo mujer, si parece que estamos en San Juan», decía, por su lado, la también mierense Sabina Fernández, que nunca ha probado el tabaco, a su amiga Pilar Calvete, una fumadora que se siente estafada por la ley. «¿Sabes cuál es el problema? Que me educaron para que me sintiera Gilda con el pitillo y ahora parece que soy una apestada», explicaba ésta a las puertas de un bar. Raúl Álvarez, también en Mieres, piensa que la reducción del consumo es la mejor baza de la ley. Enciende un cigarro y se compromete: «El lunes lo dejo».