Granada, J. MORÁN

José Luis García Rúa (Gijón, 1923), relata en esta entrega de sus «Memorias» su etapa de estudios y universidad, antes de su retorno a Gijón, donde crea la academia obrera de la calle del Cura Sama.

l Bachillerato y mina. «Intenté hacer el Bachillerato en una convocatoria, por el plan de 1934. Pedí el examen de los seis años y algunos profesores se rieron. Me examinaron con un taco inmenso de programas, asignatura por asignatura. Pero en Matemáticas tuve un pinchazo y además me dijeron que no podían aprobarme los seis años porque tenía que hacer el Bachillerato según el plan de 1938, de siete años, con casi cinco años de Latín, tres años de Griego, tres de Alemán? Estudié esas lenguas y en la convocatoria siguiente aprobé sexto, séptimo y el examen de estado. Mientras tanto, había trabajado unos ocho meses en Mina La Camocha, en el interior. Tuve un derrabe y vi cómo caían todos los marcos; pensé que me quedaba sepultado allí. Mientras estuve en La Camocha murieron ocho mineros y mi madre cogió miedo; seguramente habló con su amiga Antonia León, esposa de Gabino Felgueroso, para que buscara otro trabajo fuera de la mina. Entonces trabajé en Julián Fernández Guerra, un taller que había en el Fomentín, hasta que terminé el Bachillerato. Entonces di clases particulares».

l Séneca, San Pablo y Filón. «Estudié en Oviedo Filosofía y letras, sección de Filología Clásica. Hice por libre primero y segundo. Yo quería ser médico, pero la carrera de Medicina implicaba seguir las clases prácticas y yo tenía que seguir trabajando. En Historia tuve de profesor a Juan Uría, y fue con el que más aprendí. Durante el segundo año, concursé para una beca del Ayuntamiento de Gijón y la obtuve. Con esa beca, de 500 pesetas (de las que le daba 200 a mi madre), me fui a Salamanca y estudié hasta terminar la carrera de Filología. Había escogido Clásicas porque de lo más que se solicitaban entonces clases particulares era de Griego y Latín. Luego me alegré de haber estudiado Clásicas porque forman muy bien la cabeza y te dan la posibilidad de dirigirte después a donde quieras. Los cimientos fundamentales estaban en Clásicas. En Salamanca no sólo curse los tres años, sino que al acabar permanecí allí como profesor adjunto de Antonio Tovar, por oposición. Al terminar la licenciatura, y como yo era de una ciudad con puerto, pensé en hacer la tesis sobre el lenguaje de los puertos, pero para eso necesitaba pasar tiempo en Gijón y no podía. Había leído entonces a Séneca y me atrajo porque, como Tácito, es un creador de lenguaje. En Latín, Cicerón y César forman unos modelos con tanto prestigio que después todo el mundo escribe como ellos, pero Tácito y Séneca aportan nuevas formas de expresión. Además, yo era profesor de Historia Antigua y esto me llevó al estudio del Helenismo, en el que factor religioso empieza a ser importante. Una corriente de historiadores sostenía que la modernidad empezaba a partir de San Agustín de Hipona, pero leyendo a Séneca, junto con San Pablo y Filón el judío, observé rasgos de modernidad antes de San Agustín. Lo estudié y me afinqué en esa teoría y de ahí salió la tesis sobre "El sentido de la interioridad en Séneca"».

l Socialismo radical. «Además de Tovar, en Salamanca trato con Zamora Vicente, José María Ramos y Loscertales (historiador fabuloso), Lázaro Carreter, o Manuel Alvar, que después hizo escuela aquí, en Granada. También conocí a Alarcos, o a Gustavo Bueno, que era catedrático de instituto. El decano de mi facultad era muy reacio a la Filosofía. "A mí, los filósofos me convencen todos", decía. Estoy hasta 1955 en Salamanca, que me cansa. En realidad, mi forma de obra abiertamente chocaba con esquemas muy cerrados. Estaba influido por ideas comunistas y me atraía el socialismo radical, revolucionario. En las tertulias planteaba tomar decisiones radicales. También llevé una vida amorosa muy revuelta, tumultuosa, e igualmente estaba un poco cansado de ello. Total, que necesitaba respirar y esa fue la razón de mi salida de Salamanca. Choqué con el propio Tovar, y menos con Ramos y Loscertales, porque fue el hombre con el que más congenié y dialogué. Hablábamos abiertamente, pero cuando yo quería llevarle a unas consecuencias radicales, me decía: "No olvide, señor Rúa, que yo soy azul". Sin embargo, era muy unamuniano y esto le llevó a enfrentamientos con el falangismo. Tovar también los tuvo».

l Triple compromiso. «Por medio de Zamora Vicente consigo un lectorado en Alemania, en Maguncia. Había estado previamente con una beca en el Maximinialeum de Múnich, un colegio de estudiantes excepcionales, donde preparé la tesis. En Alemania yo aprendí a valorar al pueblo raso alemán, su autodisciplina, su profundidad, pero en otros aspectos rechacé la Alemania burocrática y un poco posprusiana que seguía existiendo. Con eso sí tuve serios choques que me llevaron a marchar de Alemania. Había conocido a Gisela Wiedermann y cuando decidí unirme a ella definitivamente le dije que yo le ofrecía tres condiciones: que yo me casaba sobre todo por normalizar y centrar mi vida amorosa; segundo, que me casaba también para dedicarme a los otros; y tercero, que cuando mi madre fuera mayor y no pudiera valerse, viviría conmigo". Ella me dijo que no había problema y en efecto, lo cumplió al pie de la letra hasta el final de sus días».

l Ilustración y banquetas. «Llegué a Gijón en 1958, dispuesto a hacer una vida completamente diferente de la que había venido haciendo hasta entonces. Había renunciado a todo: a la adjuntía de Salamanca, al lectorado en Alemania, y vine con una mano atrás y otra delante. Doy clases particulares, aunque había un cura en el Instituto que me quitaba todos los alumnos porque yo enseñaba Latín con la pronunciación clásica (decía [Kikero] y [Kaesar]). "Eso lo hacen Tovar y cuatro ateos", afirmaba aquel cura. Empiezo a ir al Ateneo Jovellanos e intervengo en los coloquios de las conferencias. Quizás es entonces cuando la gente repara en mí. Allí había un grupo de teatro, "La Máscara", en el que estaba Laureano Mántaras. Empecé a relacionarme con ellos y después les propuse crear una escuela obrera amparada en mi título universitario. La idea surge de mi impulso enseñante y de que estaba convencido de que la clase obrera carecía de medios auténticos de ilustración, ya que la enseñanza oficial estaba muy condicionada. La idea no causó mucho entusiasmo: no veían cómo se podía realizar aquello materialmente, no había dinero. Empezamos a pedir muebles viejos a las familias, los deshacíamos y construimos mesas muy artesanalmente. La escuela de la calle Cura Sama se estrenó sin banquetas. La condición para pertenecer a la escuela era que se supiera leer y escribir, y que se tuviera una edad prudente (de diez años por lo menos), y que se llevara una banqueta».

l Interés policial. «Yo tenía una idea particular de la pedagogía y enseñábamos de todo: Latín, Historia, Gramática?, pero siempre con vistas a la vida cotidiana y práctica, y, sobre todo, mediante diálogo. No había distancia entre el alumno y el profesor, y éste dialogaba constantemente con él, admitiendo que le corrigiera su propia enseñanza. A los alumnos, aunque hubieran llegado sabiendo leer y escribir malamente, se les veía incorporar la enseñanza a su propia vida. Junto a esto, no podía haber una enseñanza completa si no remitía a la propia sociedad. Para eso los sábados organizábamos conferencias a las que conseguí traer gente muy calificada. Fuimos pasando de un tinte puramente cultural progresista a una actitud claramente política. La enseñanza de materias que no eran propiamente políticas estaba encaminada a producir otra mentalidad, otra manera de ver las cosas. Era hacer una casi antipedagogía. El anticulturalismo no se diferencia mucho de lo que hacíamos nosotros trasmitiendo cultura. Es decir, el dar a conocer textos científicos, literarios o políticos se hacía siempre desde la crítica y desde la propuesta de la opción contraria. Una posición nunca es fuerte si no se sabe frente a qué va, y cuáles son sus debilidades o en qué es fuerte y puede superar al contrario. Si esto se le da a la clase obrera, sabrá como clase mantener una posición político-social más clara. Así fue cómo la Policía enseguida se interesó».

l Vigilancia permanente. «Tuve cierta suerte porque frente a policías que había en la Comisaría de la calle Cabrales, muy dura, muy cabrona, muy criminal, había otros que no se mojaban tanto. Un tal Morán, creo recordar? Cuando me llamaron por primera vez, a los pocos mese de haber comenzado, me amenazaron para que lo dejara. Recuerdo que en uno de esos interrogatorios, con todos a mi alrededor, uno de ellos trató de insinuar con el gesto una violencia más inmediata. "Tiene usted que dejar esas cosas". "No puedo". "¿Por qué?". "Porque es lo único bueno que he hecho en mi vida". Entonces, ese Morán y otros dijeron: "Cuidado con lo que hacemos porque dice que es lo único bueno que ha hecho en su vida". Había una vigilancia permanente y cada poco me llamaban por teléfono: "Venga usted acá», para tratar de esto, o lo otro, o lo de más allá". Fui sorteando los interrogatorios, pero cuando intervino Oviedo, con el comisario Claudio Ramos, la cosa ya fue mucho más dura».

Mañana, última entrega: José Luis García Rúa