Comprendo que la nueva ley contra el tabaco moleste a los fumadores y que busquen amparo en el derecho a una tolerancia que jamás esgrimieron cuando podían echarte el humo a la cara sin miramiento alguno. Lo que no es de recibo es que se interprete la ley como una inquisición y menos aún que se intente mezclar churras con merinas, con el ánimo no disimulado de cargar, venga o no venga a cuento, contra Zapatero, convertido en la nueva encarnación del maligno.

Para descalificar la ley nada mejor que falsear la realidad y después criticar con saña a los defensores de la norma. Esto es lo que ha pasado con las declaraciones de la ministra Pajín a la Cadena Ser. Textualmente dijo sobre la ley que «los primeros que exigirán su cumplimiento serán los propios ciudadanos» y que «cualquier ciudadano puede denunciar a quien esté incumpliendo la ley, como ocurre con cualquier otra norma legal». De ahí se ha interpretado que la Ministra «animó» a los ciudadanos a denunciar a quien la incumple y, acto seguido, se sustituyó el verbo denunciar por «delatar» y a hablar sin tapujos de «caza de brujas». Después, bastó repetir en todos los medios esta tergiversación para presentar a Leire Pajín como tanto le gusta al alcalde de Valladolid y a Zapatero como un socialtotalitario que hace añorar el autoritarismo franquista. Y algunos fumadores y fumadoras que presumen de izquierdismo, llámese Fernando Savater o Almudena Grandes, sumándose al coro. No hay como hacerse la víctima para ocultar el deseo de seguir con la más amplia libertad de fumar, aunque sea sacrificando la salud de los demás.

Vayamos con algunas verdades. En primer lugar, esta ley fue aprobada por las Cortes por una gran mayoría, incluidos parlamentarios del PP. En segundo lugar, la anterior ley, lejos de conseguir un equilibrio entre la libertad del fumador y el derecho a no ser ahumado del no fumador, obtuvo como resultado que en el 99% de los establecimientos hosteleros se podía fumar sin restricción alguna, dejando sin elección al no fumador. En tercer lugar, presentar como un chivato al no fumador que reivindica su derecho a la salud es vejar a la víctima y respaldar al infractor. ¡A ver si resulta que cuando mean por encima de uno hay que decir que llueve! Y, en cuarto lugar, la ley no tiene por objeto prohibir fumar, sino restringir los espacios de esta actividad. Tampoco tiene por objeto directo proteger la salud del fumador, sino la del que no quiere fumar y se ve invadido por el humo de los demás. ¡Es mi salud, imbécil, no la tuya!, habría que decir, parodiando el eslogan de Clinton sobre la economía y en respuesta a tanto insulto a la inteligencia como se oye y se lee. Parece que por ser conocidos escritores, periodistas o filósofos -todos ellos fumadores- los que se alzan contra la ley la razón está de su parte, pero el ruido mediático, los adornos literarios o la fina ironía no pueden ocultar que sus conocimientos sobre los efectos no saludables del tabaco están tan cerca de Belén Esteban como lejos de la Organización Mundial de la Salud. Y si no es ignorancia es cinismo.