Avilés / Cangas del Narcea, S. FERNÁNDEZ / P. RODRÍGUEZ

La minería y la siderurgia en Asturias ponen nombre y apellidos a la cara y la cruz de la crisis. Mientras Arcelor comienza a recibir encargos de otros centros de trabajo de Europa y ha dejado atrás los expedientes de regulación de empleo (ERE), la minería de la comarca suroccidental acaba de recibir un nuevo golpe tras la decisión de Victorino Alonso de regular a mil quinientos empleados de su plantilla, ochocientos de ellos en esa zona del Principado. El siderúrgico avilesino Joaquín Menéndez y el minero cangués José Antonio Rodríguez son los fieles exponentes de la situación diametralmente opuesta que atraviesan ambos sectores industriales tan característicos de la economía asturiana.

Cuando Joaquín Menéndez se hizo siderúrgico la empresa que «pitaba» era Ensidesa. Entró en la fábrica nacional en 1989, cuando funcionaban tres hornos altos en Avilés: uno detrás de otro, en los actuales terrenos del polígono de la ría. Menéndez sobrevivió a la tectónica económica de la década de los noventa, cuando la compañía pasó de veinte mil a seis mil trabajadores. La misma empresa, con otros collares. Ensidesa pasó a la historia. Nació CSI, que luego se transformó en Aceralia para al final convertirse en Arcelor y ahora en Arcelor-Mittal; gigante metálico que decide en despachos extranjeros el porvenir de los concejos en los que se ubica.

Lo último, mudar la producción europea deficitaria a las instalaciones asturianas. O sea, que soplan buenos vientos en las factorías de Mittal en el Principado, que casi casi anda al cien por cien, después de los años de los expedientes de regulación de empleo (ERE) y del cierre de instalaciones, algunas -Baterías de coque, por ejemplo- durante casi año y medio.

¿Se nota la bonanza? «Claro que se nota», explica Menéndez, que desde 1998 trabaja como oficial de mantenimiento del Tren de Bandas en Caliente (TBC), el taller que transforma los slabs de la LD-A en bobinas de acero. «Tenemos tres hornos de recalentado y en 2010 funcionábamos con dos de ellos, desde que comenzó este año estamos con los tres a punto», explica el trabajador. «Parece que hay más producción y eso repercute en los de mantenimiento», apunta. Menéndez forma parte de un turno compuesto por cinco oficiales y un maestro. Este turno se reducirá no a mucho tardar. «Pero es sólo una reorganización del trabajo», explica.

Del TBC salen las bobinas que luego, tratadas de mil maneras, se ven cargadas en los vagones de ferrocarril o en los camiones que circulan por las carreteras. Menéndez lo que hace es atender para que el TBC funcione como debe. «Lo habitual es hacer una parada semanal. Hay que tenerlo todo a punto. El año pasado las paradas a veces eran hasta de dos días. Ahora la cosa se reduce: paramos unas pocas horas. Lo primero es sacar la producción», comenta el siderúrgico. Lo que cuenta Menéndez tiene una explicación matemática: la fábrica tiene que producir un número determinado de toneladas al día. ¿Qué se pierde cuando se para? Según sea la respuesta, las paradas de la instalación se alargan más o menos en el tiempo. «En las últimas semanas, apenas nada», comenta.

Pero las cosas no siempre fueron tan bien en la «fabricona». Menéndez, como otros compañeros suyos, ha sufrido las consecuencias de los ERE acordados por sindicatos y la empresa para toda la plantilla de Arcelor en este tiempo de crisis. «Fueron sólo unos siete días sueltos en un año», apunta. ¿Qué sucede cuando aumenta la producción? «Que estás más tranquilo porque se disipan las dudas de futuro y las pérdidas económicas de cada día de regulación», concluye el trabajador, casado y con una hija pequeña.

Los mineros con contratos fijos de los grupos UMINSA y Coto Minero Cantábrico, del empresario leonés Victorino Alonso, afrontan, desde ayer, la dura situación de estar en un Expediente de Regulación de Empleo (ERE). Pero en esas mismas circunstancias llevan ya tres meses los que trabajaban en las minas a cielo abierto de la comarca suroccidental y los que estaban trabajando en empresas subcontratadas por las empresas de Victorino Alonso.

José Antonio Rodríguez Rodríguez es uno de esos mineros cuya situación laboral está en el aire. Vive en Casa Regueiro, en el pueblo de Acio (Cangas del Narcea), con su mujer y su hija y también con sus padres. El día 19 de octubre de 2010 su nombre entró en el bombo del ERE de la mina a cielo abierto de Tormaleo (Ibias) y, desde entonces, está cobrando el 60% de su sueldo, y esperando la llegada del 19 de abril, día en que finaliza el ERE, para saber que es lo que será de su futuro. Si hay suerte, quedará dentro; si no, al paro.

Cuenta José Antonio que «la situación es muy complicada, estamos muy preocupados porque el futuro se ve negro, como el carbón. No tenemos ni idea de qué va a pasar con nosotros. En teoría volvíamos a trabajar en abril, pero las centrales térmicas siguen sin quemar carbón, así que se ve mal la cosa». José Antonio respira hondo.

Lo más complicado es la incertidumbre y el no saber qué hacer, «piensas en si hay que buscar otra cosa, en qué puedes trabajar, en si habrá puestos... estás pensando y pensando todo el día, porque mi mujer no trabaja y hay que sobrevivir con el 60% del sueldo y lo mismo te encuentras en el paro en breve». José Antonio ya ha echado sus cuentas y no le salen.

Aunque está al frente de una casa de labranza, eso no le asegura los ingresos para llegar al fin de mes y mantener a la familia. «Es imposible, no hay nadie que viva por aquí de la labranza. Estas casas se mantienen por los sueldos de la mina y por las jubilaciones de los mayores, que también estuvieron en la mina en su día. Si se acaban los sueldos de la mina, se acaba todo».

Para José Antonio, la noticia de que los mineros de interior pasan también a un ERE no es ninguna sorpresa. Afirma que «es algo que se veía venir: si es que no se quema carbón, no hay más. Además, no hemos estado nada unidos», recalca. El minero cangués piensa que quizás tenían que haber luchado más, todos juntos y por el mismo objetivo: mantener los puestos de trabajo. «Fueron echando a los de las subcontratas; luego, a los temporales; después, a los que trabajaban en la explotación a cielo abierto y ahora, vamos los mineros del interior. Y no hemos estado juntos los unos con los otros, así que yo ya esperaba, como casi todos, que esto pasase». Y pasó, está pasando ahora mismo.

Este minero considera que no hay nadie que les haya apoyado. «No hay más que ver que protestamos y hacemos cosas, pero no sirven de nada, porque no nos hace caso nadie. Ves a los políticos y demás y no hacen más que hablar de reuniones y de decretos, los unos con los otros, y con los sindicatos, y la situación no para de empeorar. Me parece que no pintamos nada». Y sin pintan algo, es de color negro.

La siderurgia y la minería en Asturias viven situaciones diferentes ante una crisis grave que se ha instalado y que todavía no se despide. Los primeros aguantaron el tirón y ven la llegada de mejores tiempos que garantizan su trabajo. Mientras, la minería tiene un futuro negro como el carbón.