Sopla viento de traviesos trasgos. Con el calor andan febriles, henchidos, dislocados. Traman trastadas a tres turnos. El profesor y columnista Xuan Xosé Sánchez Vicente, asturianista de pura cepa, de los que empuñan por convencimiento -no por oportunismo- la bandera y analista regional lúcido, posee un trasgu particular, «Abrilgüeyu», que le canta a la oreja las sutilezas dialécticas más aviesas. «Abrilgüeyu» tiene por la llanura de La Brumosa un primo, «Alcordanzu», diablillo de hechuras semejantes e idénticas ínfulas burlescas.

Anda Falín, asturianín de gran plumón, preocupado por la deriva de España. Por un Gobierno sin vigor que se bate en retirada. Por un presidente que no acaba de salir y un candidato que no acaba de llegar. Por la subasta que se avecina con los nacionalistas poniendo precio de oro a sus apoyos para sostener a un zapatero en sus zapatos. Cada voto, una transferencia nueva o un cajón de euros. Ni bueno, ni malo, ni adjetivado: es así. Así es.

Estaba Falín desparramado en un banco -ojo, banco de fusión fría, no caja-, atribulado con estos pensamientos, cuando se le apareció por el respaldo «Alcordanzu».

-¿Qué te aflige, Falo, por qué te atormentas, cómo te acongojas de esta manera? Tú preocúpate de Asturies, que bastantes problemas tiene ya como para andar revoloteando con musas más allá de Payares.

-Ye que el desgarru autonómicu me estrapaya, respondió desolado el susodicho.

El trasgu, enternecido, reblandecido, vio cómo un rayo de bondad afloraba en su alma de mito y se sintió tentado a consolarle.

-Falín, tranquilo. Culturízate. Lee a los clásicos. Sumérgete en el pensamiento político de altura. El imperecedero. Anda, camaleón, mira con tranquilidad este recorte. LA NUEVA ESPAÑA, 30 de enero de 1985. Un artículo titulado «La autonomía de España y la España de las autonomías» firmado por un tal Francisco Álvarez-Cascos. Eso es un faro y no el de la URAS. Hallarás paz para tus desvelos, armonía para tu desesperanza, luz para tus tinieblas.

Un párrafo del citado artículo reza, avemaría purísima, así: «Grave resulta que se continúe planteando la autonomía como un proceso ininterrumpido de vaciamiento del Estado, capitalizando, desde las comunidades autónomas fuertes, las debilidades de la mayoría gubernamental de turno en la nación. Para continuar profundizando en las posibilidades del proceso autonómico es imprescindible e inaplazable definir con prioridad el Estado que da vida y sentido a las autonomías; diseñar el Estado que queremos fortalecer con las autonomías. Debió hacerse antes, al elaborar la Constitución, como condición previa a la definición autonómica de cualquier región española. No se hizo así. Y hay que recuperar el tiempo perdido con urgencia. Los españoles, ante todo, deben tener, y en su inmensa mayoría quieren tener, la seguridad de que la autonomía de su región es compatible con la modernización y el robustecimiento de España. Deben saber y quieren saber con certeza que no está en juego por más tiempo la más importante de nuestras autonomías: la autonomía del Estado. No es posible, por tanto, continuar hablando en singular de la autonomía refiriéndose exclusivamente a las regiones. Hay que actuar seriamente a favor de la autonomía de los municipios y dotar de autonomía amplia y efectiva a las provincias. Y, sobre todo, hay que preocuparse sin demora de la autonomía de las autonomías, de la autonomía por antonomasia, de la olvidada autonomía de todos: de España, en suma».

España, la de la enseña rojigualda que especies migratorias en tránsito hacia la charca nacionalista lucían hasta hace dos días como adhesivo de pulsera, la Ex-paña que algunos predecían por la frivolidad del inquilino de la Moncloa y la tibieza del aspirante, es la autonomía más importante. Palabra de Cascos.

Y verdaderamente Falín, asturianín de gran plumón, suspiró reconfortado. Aleluya, aleluya.