Oviedo,

Carmen Bobes Naves (Oviedo, 1930) filóloga, catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, fue la primera directora del Instituto Bernaldo de Quirós de Mieres e introductora de la Semiología en España. Fue la octava catedrática de España, la primera casada, y formó con su marido, Ramón Maciá, el primer matrimonio de catedráticos del país, lo que estuvo muy lejos de ser una ventaja como explica hoy en esta página. Es autora de 30 libros y de 250 artículos. Tiene dos hijos y tres nietas, Raquel, Carmen y Teresa.

-Recién acabada la carrera estuvo becada en Peruggia.

-Allí me deslumbró el entusiasmo con el que el profesor Bentivoglio nos explicó a Miguel Ángel y aprendí mucho del comentario de textos. En el viaje tardamos día y medio en hacer Oviedo-Madrid-Barcelona en un tren correo. Al llegar a Francia entramos en un compartimento y los que estaban dentro nos oyeron hablar en español y, pensando que no les entendíamos, comentaron: «Mira, no están tan delgadas». No noté demasiado contraste en Italia. La Guerra Mundial había acabado 7 años antes. Bueno, sí, las Vespas por todas partes y las chicas sentadas atrás. Los italianos eran gomosos. No nos preguntaban por Franco pero decían que tenía una hija muy guapa. Decían «spagnoli in dietro», atrasados, y yo contestaba que dónde estaba el adelanto de colgar a Mussolini por los pies. Lo pasamos muy bien, pero ni los profesores sabían nada de España. Uno me preguntó si entre Lope y Lorca había habido dramaturgos. Yo le recité a Dante en italiano.

-Dio clases en seguida.

-El mismo día de septiembre en que acabé la carrera hubo un consejo de facultad y Emilio Alarcos me nombró ayudante. Era la primera vez que una chica recién salida lograba eso. Nombraron también a Milagros Marroquí, para Latín, y a Mercedes Arango, Literatura Española. Nos pagaban 225 pesetas al mes, un mes a una y otro mes a otra porque la dotación era limitada. Pasé de esa manera cinco años agradables en los que preparé la tesis, la primera que se leyó en la Facultad de Letras de Oviedo, porque hasta entonces había que ir a Madrid. En el tribunal estaban Rafael Lapesa, Juan Uría, Echarri, Floriano y un catedrático de Historia de Madrid. Alarcos estaba ausente en América. Por equivocación -ya que no existe esa calificación- me dieron sobresaliente suma cum laude. Por tradición, el doctorando invita a comer pero como era una mujer un profesor me dijo: «No pretenderás ir al Club de Tenis a comer con nosotros». Era la primera vez que se encontraban con el caso y no sabían qué hacer.

-Sacó una oposición a auxiliar de biblioteca y luego la de catedrática de Instituto.

-En el examen me encontré a don Paulino Vicente, que había sido profesor mío en el instituto, y me dijo: «Sacarás la tercera plaza. La primera será para el paniaguado del presidente y la segunda para el paniaguado del secretario». Saqué la tercera plaza. El que sacó quinto estaba en Palencia, se me acercó y me dijo: «Carmen, ya sabes que aquí se ha cometido una injusticia pero tú vas a pedir Palencia, donde ya estoy yo, y puedes elegir antes». Le cedí Palencia y fui a dar clase a Vitoria durante un año. Era la primera catedrática. Hice muchos amigos. Todavía tengo pesadillas con el transbordo en Venta de Baños sentada en la maleta pasando frío. En Vitoria viví en una residencia de las Madres Reparadoras. Desperté con ronchas y pregunté si había pulgas. La monja contestó con toda normalidad: «Muuuchas».

-Usted había ennoviado con el que es su marido, Ramón Maciá.

-Nos habíamos conocido en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander en 1956 y no nos casamos hasta 1960. Él vivía en Barcelona. Hacíamos muchos planes para coincidir y nos veíamos en viajes, pero la mayor parte de nuestra relación fue epistolar, lo que no era raro entonces entre universitarios. En Barcelona, su catedrático estaba criando un sobrino para catedrático, así que no tenía nada que hacer.

-Y de allí al Instituto de Mieres.

-Nos casamos en Oviedo el 13 de julio de 1960 y vivimos tres años en Mieres, entre gente muy cordial, afectuosa y agradecida. Las madres no querían que sus hijos fueran mineros y el instituto les parecía un regalo. Medio siglo después siguen valorándolo. Ahora con los fondos mineros parece una facultad.

-Les pillaron las grandes huelgas de 1962.

-En 1961 nació mi hija Mary Carmen y 17 meses después, Ramón. En casa me ayudaba Pepa, con la que mantengo mucho trato. Su marido, Paco, era minero. Aunque el instituto era un islote, lo vivimos de cerca. Las mujeres de los huelguistas iban a pedir por las casas. Pepa organizó un comedor en el instituto en el que dábamos una sopa caliente muy barata para acompañar al bocadillo que los chavales traían de casa. Se hizo igual en el de Aller. En 1968 saqué la oposición de catedrática de Lengua Española en Zaragoza y pasé allí un año. Ramón fue a verme 27 veces. Por acercarnos, me trasladé a Santiago un año después.

-¿Su marido estaba solo en Oviedo?

-Pepa venía de Mieres a ayudarle con los niños. Era adjunto de Filosofía del Derecho y sacó la cátedra en 1969. Yo no pude regresar a Oviedo hasta 1975, cuando murió Clavería y quedó la cátedra de Crítica Literaria. La pedí y me la dieron.

-Perdió la infancia de sus hijos.

-En 1970 escribí una carta lacrimógena al ministro de Educación, Villar Palasí, y debí de conmoverle porque dotó una cátedra, pero el rector Virgili la rechazó. Aparte de cuestiones personales, es que eran situaciones nuevas. Fui la octava catedrática de España y la primera casada. Fuimos el primer matrimonio de catedráticos de Universidad del país. No sabían qué hacer con nosotros ni en Hacienda. El delegado me mandaba cartas diciéndome que debía tributar en Santiago, cuando era obligatorio que la del matrimonio fuera conjunta y, en mi caso, en Oviedo. Señalaba como signo externo de riqueza que me hospedara en un hotel, que tenía a muy bien precio, cuando yo lo que quería era vivir en mi casa. Fui a ver a Garrido, el encargado de los traslados, a Madrid y le expliqué lo que sucedía. Me contestó: «Ahora quiere ir a Oviedo, pero en dos años querrá ir a Madrid». En 1972 y 1973 tuve a mis hijos en Santiago y estuvo Ramón con un año sabático. Lo bueno de aquellos cinco años es que pude escribir mucho. Lo malo, que cuando mi hijo despertaba por la noche yo le oía decir «papá, papá» en vez de «mamá, mamá».

-¿Sus hijos se lo reprocharon?

-Nunca. Venía de viernes a domingo por la tarde, aprovechaba los puentes. Iba Ramón a buscarme. Con otro marido no hubiera podido hacerlo. Él dirigió la casa mucho tiempo. Llegué a pedir volver al instituto y dar clase en Ventanielles hasta que Rafael Lapesa y Dámaso Alonso, dijeron: «¡Qué pasa, esto lo supera todo!».

-¿Los académicos de la Lengua intervinieron en su favor?

-Indirectamente, sí. Tomé posesión de la cátedra de Gramática General y Crítica Literaria en Oviedo el 19 de noviembre de 1975.

-Víspera de la muerte de Franco.

-Entre el miedo a las revueltas. Estaba el chiste de «Muere Franco, semana de vacaciones: muerte, entierro, coronación del rey, destitución del rey?». Hasta 2004 que me jubilé el tiempo pasó en un suspiro: di clase a varias generaciones, dirigí tesis doctorales, escribí 30 libros y 250 artículos, di conferencias en casi todas las universidades españolas porque introduje en el país la Semiología y todo el mundo quería saber qué era? Fui profesora en Lugano (Suiza), di cursos a doctorandos en Montreal (Canadá), asistí a congresos en distintos países?

-Balance provisional. ¿Qué le está pareciendo la vida?

-Bien. No me gustaría repetirla porque ya la he vivido. Hemos sido felices y afortunados. Mi marido y yo venimos de familias ejemplares y hemos tenido buenos hijos. Pero ya es bastante vivir una vez.

-¿Está cansada?

-No, pero no tengo la misma energía para hacer cinco cosas a la vez. Continúan llamándome. No creo que la vida acabe en la muerte, y lo que siga será mejor.