Oviedo, P. GALLEGO

Cuando amaneció el 22 de agosto de 1936 comenzó el último día en la vida de Melquíades Álvarez, uno de los políticos más destacados del primer tercio del pasado siglo XX. Su asesinato en la Cárcel Modelo de Madrid, del que acaba de cumplirse el 75.º aniversario, coincidió con el de tres ex ministros -dos de ellos asturianos, Manuel Rico Avello y Ramón Álvarez-Valdés-, y puso punto final a los 72 años a la fértil carrera del fundador del reformismo español. Un capítulo sangriento más dentro del «tiempo de terror» en que se convirtió el verano español de 1936 tras el golpe del 18 de julio que dio origen a la Guerra Civil.

Seguidor en sus inicios del republicanismo de Nicolás Salmerón, Melquíades Álvarez González-Posada (Gijón, 1864-Madrid, 1936) estudió Derecho en la Universidad de Oviedo, donde se licenció en 1883. Tras un primer intento fallido, en 1889 ganó la cátedra de Derecho Romano en la institución académica asturiana e inició su carrera profesional como abogado. Amigo de Leopoldo Alas, «Clarín», quien le animó a desarrollar su carrera docente, fue protagonista de una de las épocas más brillantes de la educación superior en el Principado, y entre 1894 y 1898 se puso al frente del Colegio de Abogados de Oviedo. Después entró en política y se trasladó a Madrid. Uno de sus bisnietos, Antonio Álvarez-Buylla Ballesteros, es hoy decano del Colegio madrileño de Procuradores.

«Desde pequeño se respiraba una admiración muy grande hacia él», explica Álvarez-Buylla, de vacaciones fuera de España, sobre su bisabuelo. «La casa de mi abuela estaba llena de fotos suyas por todas partes. Ahora que se está poniendo de moda hablar del reformismo, fue un adelantado», afirma. Su evolución ideológica desde la izquierda moderada a la derecha liberal le sirvió para ganarse la incomprensión de ambos bandos y ser considerado un converso por los políticos conservadores de su época. Los progresistas le denominaron de otra manera: traidor. Quizá el devenir de los tiempos no estaba aún a la altura del pensamiento de Melquíades Álvarez.

Al llegar a Madrid, el jurista asturiano se estableció en distintas casas de alquiler hasta que pudo comprar un chalé en la calle Velázquez, en el número 47, y en esa misma casa abrió despacho como abogado. Aun así, su aventura en la capital pudo comenzar mucho antes, ya que en 1898 ya había sido elegido en las urnas diputado por Oviedo, aunque Alejandro Pidal anuló su acta: deseaba que saliera otro candidato. El puesto de Melquíades Álvarez lo ocupó el conde de Agüera, y el padre del reformismo tuvo que esperar hasta 1901 para llegar al Parlamento.

En la Cámara el diputado asturiano se hizo famoso como orador, hasta ser conocido como «El Tribuno» o «Pico de Oro». Con su asesinato en la Modelo, su voz se acalló, pero no su pensamiento, conservado, entre otros soportes, en la recopilación de sus discursos presentada hace dos años en el Congreso con su bisnieto Manuel Álvarez-Buylla como editor principal. Ya muerto Melquíades, según rememora el presidente de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, Jaime Álvarez-Buylla Menéndez, «le dieron un tajazo en la laringe». Hasta ahí llegaba el deseo de silenciarle. El año de su muerte el político criticaba el Estatuto catalán y el radicalismo, y José Antonio Primo de Rivera era cliente de su bufete de abogados.

El padre del Partido Reformista y del Partido Republicano Liberal Democrático -éste durante la Segunda República, con Melquíades Álvarez situado ya en el centro-derecha- fue conducido a la Cárcel Modelo «porque les dijeron que allí estaban más seguros que fuera, con un gobierno que no gobernaba», explica Álvarez-Buylla, también emparentado con el jurista. El presidente de la Filarmónica cuenta también que el hijo del jardinero del chalé ovetense de Melquíades Álvarez en Silla del Rey, conocido en Madrid como «El Dinamitero», acabó siendo uno de los principales protectores de la familia del político.

Sarah Álvarez de Miranda, nieta del político asturiano, reconstruye en el libro «Melquíades Álvarez, mi padre. En el canto de la moneda», publicado en 2003, las impresiones de su madre, Matilde Álvarez, sobre los días previos y posteriores al asesinato. A Melquíades Álvarez se lo llevaron hacia las seis de la tarde del 4 de agosto del piso que su hija Carolina compartía con su marido, Jaime Masaveu, en el número 21 de la calle Alberto Lista. Desde entonces ya no salió de la Modelo.

El padre del Partido Reformista fue encerrado en el cuerpo central de la prisión, reservado a los presos políticos. Junto a él, el 22 de agosto murieron los ex ministros asturianos Manuel Rico Avello y Ramón Álvarez-Valdés, este último ministro de Justicia de la Segunda República en los gabinetes que presidió Alejandro Lerroux y nacido en Pola de Siero en 1866. Rico, nacido en Trevías (Valdés) en 1886, formó parte del movimiento regionalista asturiano y siguió el mismo movimiento ideológico que Melquíades Álvarez: del republicanismo al centro moderado.

En el amanecer del 22 de agosto de 1936, los presos comunes prendieron fuego a la Modelo, los funcionarios que guardaban la prisión murieron y los milicianos entraron en el penal. Dicen que buscaban a los presos políticos de más edad, y Melquíades era uno de ellos. Casi al final del día, entre las 21.30 horas del 22 de agosto de 1936 y la medianoche, una partida de anarquistas lo sacó de su celda y acabó con su vida. «Que quien fuera el mejor orador de un Parlamento acabara así me parece brutal», aseguró su bisnieto, «parece mentira».

El lugar en el que murió Melquíades Álvarez pudo ser el patio de la prisión o el sótano, según las fuentes que se consulten. El final de uno de los políticos más brillantes que Asturias aportó a España, detenido sin cargos y acompañado por tres ministros y varios falangistas notables, causó un profundo impacto en la sociedad de la época. Tanto como la publicación de dos fotografías de su cadáver.

La muerte de Melquíades Álvarez representó para la derecha española casi lo mismo que la del poeta Federico García Lorca para la izquierda: el ejemplo de la barbarie del otro bando. «Bárbaros, ¿qué hacéis?», les dijo a sus asesinos antes de morir.