De igual modo que el observador, sólo por serlo, condiciona la realidad que observa, la creencia o la descreencia de la ciudadanía en la apertura de un tiempo sin violencia en Euskadi condicionará que sea posible. Otra vez volvemos a Tirso y su tragedia «El condenado por desconfiado»: la falta de fe en algo lo acaba haciendo imposible. Por tanto, confiemos en que el abandono de las armas por ETA será definitivo. Ahora bien, confiar no es confiarse. Si ETA sigue existiendo, y no se ha desarmado, el Estado de derecho tampoco debe hacerlo, y habrá de proseguir la persecución sistemática de la organización, aunque no mate. Combinar esta determinación con una disposición sincera y generosa de todos a construir poco a poco el tejido político, cultural y moral para una verdadera paz en Euskadi es el nuevo reto. Una suerte de paso del espacio de la física (bala, cárcel) al de la química.