El profesor Rafael Anes acaba de despedirse de la Universidad de Oviedo como catedrático en activo; de otra manera no le era posible hacerlo, ya que personas como él, o hace unos meses Vidal Peña, son inseparables de la Universidad o, cuando menos, de la idea que algunos nostálgicos tenemos de la Universidad. Idea tal vez un poco anticuada. Todos los funcionarios se jubilan a fecha fija, y en el momento en que comienzan su tránsito universitario ya han firmado el acta de la jubilación. Gran conquista sindical, sin duda, pero en este caso no beneficia a la institución jubiladora, que, por cierto, no es una fábrica de zapatos o una oficina de patentes (en las que se entiende que el jubilado puede ser sustituido sin quebranto de ningún tipo por cualquier otro más joven).

La jubilación, ya lo dijo en su día el profesor Martínez Cachero, es pura y sencillamente una manera de cambiar una Universidad por otra, y en la misma línea se manifiesta, con palabras precisas en las que se advierte indignación, el ilustre historiador del Derecho José Manuel Pérez Prendes, otro jubilado en su mejor momento: «Un profesor como Anes, un creador de ciencia, no se jubila (...) y prescindir de hombres como él no es jubilación: es la mutilación de la Universidad con la débil y miserable excusa de la legalidad». Ya poco queda de la vieja Universidad que conocimos Jaime Alberti, que debe estar también a punto de que le «llegue la hora», y pocos más, y a partir de entonces, adiós muy buenas.

Tan sólo los artistas, que como no son generales o empleados de Ayuntamiento, como decía Luis Buñuel, están exentos de la jubilación. Pero que profesores como Rafael Anes, en plena madurez y vigor intelectual, sean apartados de la enseñanza a la que dedicaron su vida es un gasto superfluo y absurdo: peor que el del centro cultural avilesino, el Niemeyer.

Y a cambio ¿qué se ofrece? Una Universidad cada vez más tecnificada y masificada, lo uno casa muy bien con lo otro, fruto de 1o que Joseph Conrad llamaba «insensata confianza en la mera materia». El día menos pensado se explicará la asignatura Historia e Instituciones Económicas en inglés. Más adelante, los catedráticos podrán ser sustituidos por «robots» y el fondo humanista que subyacía en los estudios universitarios se reducirá a técnica insípida como suma expresión de la superstición moderna de pedantes de tres al cuarto que aspiran a ser más contemporáneos que el vecino.

Deja el catedrático Anes el recuerdo en las aulas de un excelente, educado y cordial profesor, que al tiempo que sabio es un perfecto caballero y un humorista de extraordinaria finura. Quedan también sus trabajos sobre el carbón asturiano, sobre la historia bancaria, sobre la emigración de los asturianos a América, sobre Asturias ante la guerra de Cuba. Siempre escribió Anes muy bien, con corrección y claridad, que es la auténtica elegancia literaria y científica. Nunca alardeó de científico, porque era y sigue siendo un trabajador intelectual riguroso. Ahora le aguarda tiempo de sobra para escribir más, para recordar, para la amena conversación. Es un excelente conversador y un ironista perfecto, así como quien no quiere la cosa, como dice Jorge Jardón, «versallesco». Y, al cabo, Rafael Anes nada pierde, sino gana la totalidad de su tiempo. Pierden sus posibles alumnos futuros y, sobre todo, pierde muchísimo la Universidad desperdiciando tanto saber, tanta elegancia...