El Valledor (Allande),

José A. ORDÓÑEZ

El Valledor, ese remoto valle allandés que toma su nombre del río Oro, era, hasta el pavoroso incendio que arrasó la zona el pasado día 23, uno de los enclaves naturales más bellos y vírgenes de la región. Pero también de los más olvidados y despoblados. La construcción del salto de Salime, a mediados del pasado siglo, cortó su salida natural hacia Grandas, acelerando el aislamiento y el abandono. La maleza se adentra en las aldeas, que ya no están rodeadas de prados y tierras de labor como antaño. Todo se hace monte y El Valledor ejemplifica la creciente selvatización de las zonas rurales de la región. De un abandono que explica -junto a otros factores, como el viento del Sur-, el imparable avance de unas llamas, provocadas por la mano del hombre, que recorrieron la distancia entre el río y Berducedo (14 kilómetros por carretera) en una hora y media, sin detenerse en unos cortafuegos inservibles en muchos tramos a causa de la maleza. El valle se ha fundido al negro.

«Lo sucedido en El Valledor es premonitorio. Si no se toman medidas, quemará la Asturias rural entera», advierte el ex presidente del Principado, Juan Luis Rodríguez-Vigil, que, ayer, se acercó a Allande para comprobar en persona los efectos de un incendio que califica de «auténtica catástrofe». Además de destruir siete casas, las llamas se llevaron por delante amplias zonas de castaños, robles, pinos, sotos y centenarios texos. También sucumbió la mayor parte del bosque de Bedramón, calificado en su día por Santiago Menéndez de Luarca como «la joya de la corona forestal de Asturias». De sus más de 1.700 hectáreas de pino silvestre apenas se ha salvado un centenar. En pleno otoño, el paisaje en ese Allande infinito que se extiende más allá del puerto del Palo es lunar. El aire está impregnado de un intenso olor a quemado y todavía humean rescoldos aquí y allá. Desde el Pozo de las Mujeres Muertas a Berducedo, la destrucción natural es casi absoluta. «Esto hay que verlo para creerlo. Es mucho más de lo que pensaba», subraya Vigil, quien desde Bedramón telefoneó un par de veces al 112 para dar cuenta de dos pequeños focos de fuego que, pasado ya el mediodía, podrían dar lugar a nuevos incendios.

Los vecinos, todavía impresionados por el «espanto» que vivieron hace nueve días, denuncian el olvido al que han estado sometidos durante tantísimos años. Por eso les molesta que, después de la tragedia vivida hace nueve días, los políticos acudan a la zona prometiendo unas ayudas que dudan mucho que lleguen algún día. Eva Menéndez regenta, junto a su marido, el único alojamiento rural de San Martín. Está en la antigua rectoral y no fue pasto de las llamas casi de milagro. Sopesa abandonar. El cierre de su establecimiento tendría un alto valor simbólico, tanto como lo tuvo su apertura hace unos cuantos años. «Estamos olvidados y no sé si merece la pena seguir... ¿Quién va a venir ahora si todo se ha quemado?», comenta Eva Menéndez sin poder contener la emoción. A apenas cincuenta metros de su establecimiento están las ruinas de lo que fue la casa de la torre de San Martín, una construcción histórica en la que el cronista oficial del concejo guardaba buena parte de su trabajo de muchos años y que fue destruida casi en su totalidad por el incendio. Idéntica suerte corrieron las antiguas escuelas, rehabilitadas hace un año como sede administrativa de la parroquia rural. La aterradora bola de fuego que devastó El Valledor hace poco más de una semana se llevó por delante el inmueble. Dicen que el resplandor fue visible desde Navia y aseguran los vecinos de Berducedo que en la noche de aquel fatídico domingo se produjo una peculiar lluvia de «chispas» sobre la aldea, que se salvó por muy poco. Las llamas se quedaron a un paso de las casas y asolaron el área recreativa.

Los vecinos de El Valledor están convencidos de que detrás del incendio del día 23 se esconden manos humanas. No hay pruebas y nadie acusa directamente, pero el sentir generalizado es que los culpables son «los de siempre, los que siempre están quemando el monte». Juan Luis Rodríguez-Vigil afina y apunta que los autores son personas de la zona que «tienen interés directo en que arda el monte, pues cobran importantes subvenciones por pastizales de cabras y de vacas». Para el ex presidente del Principado se trata de prácticas que hay que atajar cuanto antes. A su juicio, la mejor manera de evitar que se sigan repitiendo es vincular el pago de las subvenciones a que no haya incendios. «Con fuego, no hay dinero, y roce usted si quiere tener más pastizales, que nadie se lo va a negar», señala.

El ex presidente del Principado considera que el incendio de El Valledor se ha llevado por delante «una riqueza ambiental y forestal extraordinaria», pero aboga porque, al menos, semejante tragedia no sea en balde y que la Administración regional «extraiga enseñanzas del desastre». Así, y además de un cambio en el modelo de subvención, estima que este valle allandés debe de ser objeto de un «plan piloto» que, después, habría que aplicar «en toda esa Asturias cada vez más desertizada». Rodríguez-Vigil sostiene que, por ejemplo, es necesario modificar la política de lucha contra los incendios, que, a su entender, «se aplica en la zona rural como si fuera una ciudad». No pone en duda la efectividad de los bomberos, pero apuesta por habilitar cuadrillas antiincendios en los pueblos, «con personal que conozca a la perfección el terreno y que esté en condiciones de actuar de inmediato». Para este perfecto conocedor de los montes de la región, «lo que está muy claro es que lo que ha ocurrido aquí no puede pasar así como así; esto merece una reflexión muy seria, que tiene que ir mucho más allá de los partidismos o de las elecciones».

El alcalde, José Antonio Mesa, del PSOE, también reclama planes especiales para recuperar El Valledor, un territorio que quiere volver a ver en color verde y no fundido al negro. No obstante, reconoce que se trata de una zona peligrosa, con abundancia de matorral, un buen número de casas abandonadas y en la que son frecuentes los incendios cometidos por particulares. Eva Menéndez asegura que en los días previos al «domingo negro» del valle hubo varios focos de fuego en las inmediaciones de San Martín. Uno de ellos, según varios testigos, estuvo activo durante casi una semana en la misma zona en la que comenzó su andadura la bola de fuego que causó el incendio más pavoroso que se recuerda en el concejo allandés. Las impresionantes rachas de viento Sur, por encima de los 110 kilómetros a la hora, animaron un fuego voraz que avanzó a una velocidad de vértigo y que la lluvia nocturna ayudó a doblegar. Sin ese cambio meteorológico, la devastación podría haber sido mucho mayor. «Si no llueve, quema todo», resume Manuel Álvarez.

El PSOE ha presentado una interpelación urgente al Gobierno regional para que explique en la Junta su política general en materia de protección de incendios y qué medidas tiene previsto adoptar para colaborar con los damnificados. El Ejecutivo de Cascos ha comprometido ayudas, aunque sin mayor concreción, y los vecinos se muestran muy escépticos ante la posibilidad de contar con un plan especial tras tantos años en el olvido.

Por ello, con el recuerdo del incendio aún candente, han vuelto a sus quehaceres cotidianos sin esperar demasiado. A mediodía de ayer, por esa carretera que serpentea valle abajo desde Berducedo a San Martín, entre laderas asoladas por las llamas, paseaba con sus hijos Beatriz Valledor, una vecina de Viasonte que reside en Oviedo. La imagen, en otro momento absolutamente normal, llama ahora la atención por el devastador escenario en el que se desarrolla. «Menudo susto, tuvo que ser horrible, pero hay que seguir adelante», asegura la mujer. Y eso es lo que tratan de hacer en El Valledor, conscientes de que la recuperación, si es que realmente llega, será larga y complicada.