«La obra entierra al compositor. A ver quién se acuerda de que «Guantanamera» es de Julián Orbón. Y con «Campanines de mi aldea» pasa lo mismo: todo el mundo la conoce, pero nadie se acuerda de que la hizo un paisano de la Pola». El tenor Juan Noval Moro, sierense ilustre que pese a su juventud ha logrado renombre internacional, lleva con orgullo el apellido que lo acredita como sobrino de uno de los compositores más prolíficos de la música asturiana: el también sierense Rafael Moro Collar, in arte «Falo Moro», de cuyo nacimiento se cumple el centenario en este 2011.

El próximo viernes, día 16, el Auditorio de Pola de Siero albergará un nuevo homenaje al compositor. El recital, organizado por su sobrino, Juan Noval Moro, que también actuará, contará además con la presencia de la soprano Beatriz Díaz, la pianista Marta Baginska, el violinista Wieslaw Rekucki y la violonchelista Bogumila Rekucka. Será una postrera ocasión para descubrir la obra de un poleso tan pintoresco como universal.

La historia de Falo Moro es la de un auténtico genio innato, un superdotado que componía con una facilidad asombrosa. Nacido en la Pola en 1911, su familia era muy conocida por regentar el desaparecido hostal Antonia. «Era el primer hostal de la Pola, y llegó a ser tan popular que el médico de la localidad, don Rufino, pasaba consulta en la cafetería», apunta Enrique Medina, buen conocedor de la historia local.

Ya desde su juventud, Rafael, el segundo de dieciséis hermanos, mostró gran talento musical: «Cuando tenía 11 años, mi padre le compró un violín, y se fue a Madrid para aprender a tocar. Pero se puso enfermo y tuvo que regresar a la Pola», relata su hermana, María Josefa Moro. Ese revés no frenó la vocación de Rafael, como tampoco la prematura muerte de sus padres, que unida a la de su hermana mayor cuando apenas contaba 8 años le dejó, de golpe, como el referente de todos sus hermanos menores.

«Nos criamos con unas tías, y él siempre vivió con ellas, aunque pasara temporadas en Madrid o en Cangas de Onís, Laviana o Candás», comenta María Josefa. En esas localidades, Falo Moro ejerció como director de la banda de música en la posguerra, cuando ya se había hecho un nombre como compositor, aunque la fortuna le fuera esquiva durante toda su vida.

Una mujer en cada puerto

Aun antes de la guerra, Moro había dado muestras de talento. Con 18 años compuso «Una mujer en cada puerto», que se haría célebre en las trincheras. Años después pasó a dirigir la Banda de Música de Cangas de Onís. Tras la Guerra Civil, Moro retomó su carrera y en 1941 accedió a la dirección de la Banda de Música de Laviana, donde permaneció durante un lustro. Después se mudó a Candás, nuevamente para dirigir su banda de música, y de allí retornaría a Pola de Siero. Siempre la Pola, una constante en su vida.

Sin suerte

«No tuvo mucha suerte, porque en aquella época no había la facilidad de ahora para que te patrocinasen», comenta Tino Fombona, la célebre voz de «Tergal que nunca arruga». Su relación con Falo Moro era de doble vía: por un lado, su propia familia; por otro, su suegro es buen amigo del compositor. Con estos mimbres y un amor similar por la música, la amistad no tardaría en florecer pese a los veinte años que los separaban.

«Él se iba de vez en cuando a Madrid, trabajaba algo, vendía unas canciones, y volvía», relata Fombona. Durante esas estancias en la capital, Moro trabajaba en ocasiones para otros, que se aprovechaban de su talento en una época en la que los derechos de autor no se valoraban: «Le han robado muchas obras, grandes canciones que componía él y que luego se estrenaban con el nombre de otro», apunta Fombona.

Lo corrobora su hermana, María Josefa Moro, que revela algunos casos sangrantes: «Una canción como "Campanines de mi aldea" no le reportó apenas nada. En su día, la llevó José González, "El Presi", a una gira por toda Sudamérica, y fue un gran éxito. Pero eso no revertió en Rafael».

El propio carácter de Falo Moro tampoco ayudó a su éxito. «Era un bohemio», señala María Josefa Moro. También Tino Fombona y Enrique Medina se refieren al compositor en los mismos términos, destacando su buen humor y su afición por la romería. «Se corría juergas con el poeta Cándido Sánchez, del que era gran amigo», señala Medina. «Sólo quería cantar, tocar la guitarra y trepar», resume su hermana.

Pese a todo, Falo Moro seguía componiendo, con esa facilidad natural que tenía para hacer canciones. «Era muy prolífico, aunque ahora lo que más se recuerda sean sus piezas de corte más tradicional. Pero hacía obras muy diversas», señala Juan Noval Moro. Lo corrobora Tino Fombona, con algunos ejemplos: «Durante una de sus estancias en Madrid compuso un chotis, "¡Ay, Madrid!", que no tiene nada que envidiar al "Madrid" de Agustín Lara. E incluso compuso una zarzuela».

Una espina clavada

«Era una opereta, más bien. Se titula "Sira"», aclara María Josefa Moro: «La hizo en 1941, con libreto de Pepín Domínguez, pero es casi como si fuese de hace unos pocos años. Siempre tuve la espina de que no se hubiese podido estrenar». La espina de su hermano, en cambio, era su himno del Descenso del Sella: «Fue algo que a él siempre le dolió. Lo hizo con todo el cariño, un himno a la fiesta de las Piraguas, pero nunca lo interpretaron. Eso le dolió».

Con todo, la revancha a ese desplante le llega a Falo Moro en Gijón, una semana de cada de dos, cuando 20.000 gargantas cantan en El Molinón su himno del Real Sporting. Y también en Oviedo, igualmente cada quince días, cuando el Real Oviedo juega en el Nuevo Tartiere y otras 15.000 personas entonan el himno del club azul, también obra de Falo Moro.

«Era un compositor increíble, con una facilidad innata», apunta Fombona. «Tiene una canción que me gusta especialmente: "Su última nota"», continúa el cantante, «Me contaba que la había compuesto al ver, en un bar, un almanaque en el que se reproducía la imagen de un tipo, en una mesa, con un vaso en la mano y un violín, roto, a su lado». Esta canción formaba parte del primer single grabado por Fombona, con cuatro canciones compuestas por Falo Moro. «Fue en torno a 1969 cuando nos hicimos realmente amigos, cuando yo estaba en la "Orquesta Langreana". Quedamos sin pianista, porque el nuestro tuvo que ir a la mili, y le propuse que lo sustituyese. Él era un gran pianista. Era bueno con todos los instrumentos. Y encima tenía buena voz».

Cuando le llegó la oportunidad de grabar el single, Fombona propuso a Moro componer las canciones: «Nos fuimos a mi casa de Lastres, y durante tres semanas estuvimos trabajando en el disco, que tendría cuatro canciones: "Su última nota", "Omahé", "Vivir sin ti" y "La chica del trombón"».

Falo Moro continuó componiendo hasta el final de sus días. «En los últimos años, se ponía en el salón, en una mesa camilla, y componía con una guitarra. Aún tenía esa facilidad para hacerlo. Sólo dejó de hacerlo el último año, cuando cayó enfermo y apenas se levantaba de la cama», recuerda María Josefa Moro.

El compositor, fallecido en 1996, dejó más de 800 canciones. En sus últimos años recibió homenajes en Langreo y Pola de Siero, donde una calle lleva su nombre. De su carrera, guardaba pequeñas satisfacciones: «Tanto él como yo siempre estuvimos muy orgullosos de que Alfredo Kraus cantase "Campanines de mi aldea", porque a él le gustaba mucho, y además Kraus se ajustó a la partitura de manera fantástica», señala María Josefa Moro.