Con la llegada del frío, los petirrojos de las islas Británicas y otros países del Norte emigran al Sur, muchos de ellos a la península Ibérica. Un petirrojo pesa entre 15 y 20 gramos, y con un fuselaje de ese porte hace su viaje, a veces en condiciones meteorológicas adversas. La vida en ellos es, desde luego, mucho más vigorosa que en el hombre, una especie animal en claro retroceso biológico. Desde que el petirrojo sale del huevo hasta que su cuerpo y su plumaje le permiten volar pasan alrededor de dos semanas. A esa velocidad de cambio, decir que su vida es más corta que la humana resulta una perfecta tontería. Haciendo espera en el aeropuerto, al socaire del humor de los pilotos de Iberia, siempre tan pretenciosos a los mandos de sus grandes pájaros, un buen amigo, sabio observador de casi todo, me ilustra sobre estas cosas. En buena compañía nunca hay tiempo perdido.