El comercio de burros está de capa caída en las ferias que salpican la geografía asturiana. Este animal, antaño indispensable en la hacienda rural, se encuentra en peligro de extinción. Sin embargo, la especie logra sobrevivir gracias a la labor de ganaderos como Jorge Bango. Desde hace más de una década, este sotobarquense dedica la mayor parte de su tiempo al cuidado de varios ejemplares que se han convertido en una atracción para todos los curiosos que se dejan caer por los contornos de su finca.

Bango cría burros desde que se jubiló, hace doce años. A pesar de que trabajó la mayor parte de su vida como chófer, siempre sintió un especial apego por la vida del campo. «Crecí en la aldea, en el pueblo de Ponte. Siempre me llamó la atención el ganado», comenta. A sus 72 años de edad derrocha vitalidad. Todos los días se levanta a las seis o las siete de la mañana para segar hierba con la que alimentar a sus animales. «No se trata de una obligación, lo hago por iniciativa propia», reconoce. Los asnos son su principal entretenimiento. «Es el único vicio que tengo», enfatiza.

A día de hoy, Bango cuida a siete asnos en su finca, en la que también hay hueco para varias gallinas, conejos y palomas. «Los burros no dan mucho trabajo», señala. La presencia de esta especie en el campo asturiano es casi inexistente. Muy pocas personas siguen empleando a los borricos como animales de tracción. «Algunos los emplean para mantener limpias las fincas. Otros para sembrar cuatro patatas», matiza.

Esta realidad es palpable en las ferias de ganado, donde cada vez se realizan menos transacciones con burros o caballerías en general. La situación se ha visto agravada, más aún si cabe, durante los dos últimos años como consecuencia de las nuevas normativas, que obligan a implantar un microchip a cada uno de los ejemplares. «Todos tienen que disponer de un código de explotación agraria (CEA)», precisa Bango. El número de tratantes que se dedican al comercio de jumentos ha decrecido. «Hay poca gente», asegura.

De todos modos, adquirir un burro aún es posible. Los ejemplares de mejor calidad pueden llegar a alcanzar un valor de seiscientos euros en el mercado. El color, la edad o el tamaño son algunos de los parámetros valorados a la hora de tasar cada individuo. Quizá los mejor pagados sean los pintos y otros que poseen una marca en el lomo conocida como «raya de culebra». «Se trata de una raya oscura que parte de su cabeza, se cruza sobre sus cuartos delanteros y llega hasta su cola», comenta. El saber popular otorga a estas dos variedades de asno una gran resistencia en el trabajo.

El burro pasa por ser un animal noble e inteligente que no requiere de grandes inversiones. «Se crían perfectamente con hierba. También pueden comer pienso. En mi caso, tengo la suerte de que me regalan la hierba», subraya este sotobarquense, cuyos animales se han convertido en toda una atracción para los turistas y para los paseantes. «Llaman la atención porque cada vez es más difícil ver burros», sostiene. No sería descabellado señalar que sus asnos son los más fotografiados del Principado. Cada año decenas de curiosos inmortalizan con sus cámaras a los borricos. Bango ha creado un paraíso para sus «mascotas» donde el ocaso de la especie parece ser algo ajeno.