Un reconocido especialista en la historia empresarial europea, D. S. Landes, en su último estudio, «Dynasties» (2006), hacía notar que, en contra de la opinión dominante, gran parte de las corporaciones multinacionales actuales tenían su origen en empresas familiares. Y reservaba el término «dinastías» para aquellas firmas que generación tras generación y tras haber cubierto varios siglos de continuidad y sufrido la dura selección de los mercados habían logrado sobrevivir a los albores del siglo XXI. En España, el caso de los Cosmen resulta en este sentido paradigmático.

Cuando el 11 de octubre de 1796 Jovellanos visitaba Cangas del Narcea, recibía de manos del escribano Manuel Folgueras un manuscrito que contenía una descripción detallada de Leitariegos, «una de las tierras más encumbradas de Europa». En el mismo se hacía referencia a una tradición oral que narraba cómo a causa de las nieves, doña Urraca (1081-1126), reina de Castilla y de León, había tenido que alojarse en «la casa de "Pepillo", esto es, de José Cosmen». En agradecimiento, la reina otorgaba a sus habitantes una pensión en especie anual equivalente a 50 fanegas de trigo con la condición de que no dejasen de habitar aquellas tierras.

El Puerto, las dos Brañas y Trascastro, que integraban el coto de Leitariegos, señorío jurisdiccional del monasterio de Corias, emplazados a 1.525 metros de altitud, constituían los únicos lugares de Asturias poblados todo el año. Por ello, ya en el siglo XII contaban con dos alberguerías u hospitales, en San Juan del Puerto y en Santa María de Arbás. En reconocimiento de su carácter estratégico para las comunicaciones y para el abastecimiento en cereales y vino de una Asturias crónicamente deficitaria en subsistencias, Alfonso XI otorgaba a favor de aquel coto el llamado privilegio de Leitariegos, exonerando a sus habitantes de prestaciones fiscales y señoriales así como de tipo militar, situándolos en un estatus social próximo a la hidalguía. Un estatuto legal que para los Cosmen, más que como instrumento de prestigio social, redundará en salvaguarda para disponer de libre movilidad, imprescindible en el mundo del tráfico y comercio.

Leitariegos, por sus condiciones orográficas y climáticas, carecía de aptitudes agrícolas: de sus 1.589 días de bueyes, solo 175 eran de tierras de labor. Sí, en cambio, disponía de dos ventajas comparativas que sus vecinos no tardaron en explotar: las vinculadas al tráfico y a la ganadería. Antes de que Krugman señalase la importancia de los factores geográficos como explicativos de la localización empresarial, los habitantes del coto habían encontrado en la arriería su senda particular de crecimiento. Desde el siglo XIII, los arrieros de Leitariegos abastecían con sus recuas a la pola de Cangas del Narcea y a las ferias de Civea, Arbas, Vallado y Cangas. Las recuas de los Cosmen surcaban los caminos de rueda y de herradura que transcurrían por las tierras altas del valle del Sil, por Laciana y el Bierzo, alargándolos hacía el sur hasta León y Valladolid, y por el norte hasta las polas de Navia, Luarca y Castropol. Trajinaban con lino, cereales y vino castellanos, sal, bacalao, salazones, lienzos, potes y clavazón salidos de las ferrerías locales, y con ganado vivo.

Los Cosmen explotaron aquellos privilegios reales y los ensancharon: desde el siglo XVI eran los transportistas elegidos por Corias para abastecer las tierras bajo su jurisdicción. Y desde el siglo XVII, a medida que se extendía el cultivo de maíz y la presión demográfica forzaba a la emigración, los Cosmen añadieron al tráfico de mercancías el transporte de viajeros con destino a las dos Castillas y a la Corte. Cuando en 1752 se elabora el Catastro de Ensenada, Leitariegos, con 52 vecinos (196 habitantes), era el concejo de Asturias con mayor densidad de transportistas «profesionales»: 36 de aquellos vecinos vivían de la dedicación permanente al tráfico.

La familia de los Cosmen aglutinaba a más de una docena de transportistas. Las redes familiares reducían los costes de transacción, los comportamientos oportunistas y el acceso al crédito; reforzaban la lealtad interna; garantizaban la continuidad del negocio y la reinversión de beneficios y, «last but not least», el buen reclutamiento y promoción del capital humano, pieza esencial en una actividad donde la confianza representaba un valor añadido. En efecto, desde el siglo XVIII al transporte de bienes y servicios de pasajeros añadirán el de las remesas que los emigrantes cangueses enviaban desde la Corte. Cuando G. Borrow visitó en 1843 las tierras confinantes entre Asturias y León escribió sobre aquellos arrieros: «Su fidelidad es tal que cuantos han utilizado sus servicios no vacilarían en confiarles el transporte de un tesoro».

El «know-how» acumulado permitió a los Cosmen adquirir un doble patrimonio: el tangible, vinculado al tráfico, y el intangible, basado en su honorabilidad y reputación. En buena medida, la acumulación de capital se asoció a la naturaleza de los bienes transportados. Las frecuentes crisis agrarias y «hambrunas» otorgaban a los cereales precios especulativos. Lo advertía Jovellanos en su «Informe sobre la Ley Agraria»: «El trigo comprado en León tiene en la capital y puertos de Asturias de 20 a 24 reales de sobreprecio». Una segunda fuente de ingresos derivó de la disponibilidad de circulante. En una sociedad con fuerte endeudamiento público y privado la demanda de crédito estaba a la orden del día. Y Cangas no será excepción: los profesores F. Erice y J. M. Moro han constatado que el 40% del crédito rural ofertado en el occidente de Asturias se concentraba en aquel concejo.

Con los beneficios, el radio de negocios se amplió hasta el punto de que en el XVII contaban con factores y apoderados en las principales plazas y ferias castellanas. Algunos miembros de la familia abrieron en Madrid negocios de comercio y crédito. En 1754 los Cosmen disponían ya de casa solariega blasonada y de ejecutoria de hidalguía. Pero, a diferencia de otras familias enriquecidas que optaban por desinvertir y adquirir patrimonios rurales -los capitales «terrazgueros» a los que Jovellanos hacía referencia con tono denigratorio-, los Cosmen adquirían tierras de viñedo y de pasto para constituir con las mismas avales hipotecarios que les permitiesen adquirir mayor peso en los mercados.

Y es que, como ha probado Gómez Mendoza, la irrupción del ferrocarril, contrariamente a la opinión generalizada, no desplazará a arrieros y carreteros, que mantendrán relaciones de complementariedad y sustitución con los «caminos de hierro»: horarios más flexibles, tarifas más bajas, menores costes y cargas fiscales, bajo coste de oportunidad del equipo utilizado -susceptible de ser empleado en las labores agrarias- serán algunas de sus muchas ventajas. Otras, por supuesto, derivaban del hecho de que las propias compañías ferroviarias demandaban los servicios de la arriería para cubrir la distribución entre estaciones y puntos de venta, o para atender el abastecimiento de muchas ciudades, villas y capitales de provincia a las que no llegaba el tendido ferroviario -piénsese que en Asturias, a finales del siglo XIX, la red no superaba los 263 kilómetros-. Una prueba que corrobora la vigencia de la arriería viene dada por el hecho de que en los censos de población de 1910 y 1920 se contabilicen más de 900 arrieros profesionales -cifras realmente más altas, dada la ocultación fiscal imperante-. Habrá que esperar a la década 1920-1930 para que el camión y el autobús cierren definitivamente la página de la arriería.

Cuando, en la segunda mitad del XIX, mejoran los caminos de rueda o caminos «carreteros», los Cosmen se incorporan como pioneros al tráfico rodado en diligencias entre Ponferrada y La Espina y entre Rioscuro y León. También, a finales del siglo, cuando la segunda Revolución Industrial daba en Asturias sus primeros pasos, los Cosmen -Cándido Cosmen Cosmen, «industrial y vecino del Puerto»- no dudan en arriesgar capitales en la Compañía Eléctrica de Cangas, escriturada en 1897. También a finales de siglo llegaban a Asturias los ecos del automóvil y del motor de combustión interna mostrados en la Exposición Universal de París (1900). Las primeras sociedades creadas en la región -El Luarca, Los Maurines, El Progreso Asturiano ?- no podrán superar las dificultades inherentes a una tecnología todavía en fase experimental.

Cuando, en 1915, F. Gamoneda, V. Trelles y F. Álvarez Cascos constituían Automóviles Luarca -convertida en sociedad anónima en 1923- hacía ya tres años que Empresa Cosmen rodaba con autobuses Hispano-Suiza. El contrato de compra que Francisco Cosmen Pérez cerró con la Hispano en 1912 incluía la formación de mecánicos, conductores y cuadros técnicos para los talleres. Entre este personal a formar se hallaban tres de su hijos, que, siguiendo una tradición familiar, debían recorrer todos los escalones productivos de la empresa antes de formar parte del «staff» directivo.

Desde entonces, ambas sociedades no dejarán de crecer de forma extensiva, orientándose cada una hacia sus mercados tradicionales. Pero con notables diferencias. Si Alsa nacía como una apuesta inversora de socios «capitalistas», los Cosmen agrupaban a socios «industriales» curtidos en el sector. Otras diferencias no menos sensibles se referían al saneamiento de cada negocio, a la diversificación de riesgos y a los propios mercados.

La Empresa Cosmen pudo beneficiarse del auge minero de las cuencas hulleras leonesas, además de contar con servicios fuera de Asturias.

Cuando en los años 1930-1950 el sector se estanca por las dificultades inherentes a la posguerra y posterior autarquía, Alsa ya había tocado techo en su expansión por las líneas del occidente asturiano tras absorber a las empresas competidoras. La necesidad de renovar equipos exigía ampliar los servicios con vistas a asegurar la amortización prevista. Desde entonces, comenzará un proceso negociador entre Secundino Cosmen Bueno -quien, con su tío Francisco Cosmen había fundado en 1918 La Popular, S. A.- y Vicente Trelles. Los Cosmen, fieles de nuevo a criterios históricos de continuidad, rechazan la venta de sus activos y acceden a una integración que les dará presencia accionarial en Alsa. Cuando ésta última llegue en 1959, José Cosmen Adelaida ya había extendido la empresa paterna hacia Villablino, Degaña, Somiedo, Grado y Allande, tras adquirir Empresa Beltrán y Asua. Contaba, además, con una trayectoria directiva previa en la gestión de otras sociedades participadas por la familia (Viajes Henschel, Motores Sura, Tranvía de Gijón?).

La historia que resta por contar ya es bien conocida del lector. La entrada de José Cosmen en Alsa permitió internacionalizar la firma, al explotar, con gran sentido de oportunidad, los flujos migratorios de aquellos años. Del mismo modo, la recuperación de la economía española en los años sesenta, su urbanización, el aumento de la movilidad espacial y laboral pusieron a la empresa en condiciones de extender sus servicios fuera de Asturias. Desde 1980, las previsiones de liberalización en el sector del transporte y la entrada de España en la CEE llevarán a nuevas estrategias de crecimiento con vistas a mejorar su competitividad exterior. Al lado de la innovación -instalación de vídeos, clase Supra, ordenadores terminales, mejoras de seguridad, combustibles ecológicos?-, la búsqueda de nuevos mercados será la segunda vía ensayada. Se acudirá a países con baja oferta de servicios y alto potencial de crecimiento -China (1984), Marruecos (1998), Chile (2001)- o a fomentar consorcios y alianzas empresariales que mejoren su presencia en Europa -desde la alianza con la francesa Keolis a la adquisición (2005) de la mayor empresa alemana del ramo (Deutsche Touring) o a los acuerdos con National Express Group ese mismo año.

La particularidad, la «moraleja» de esta historia empresarial, necesariamente abreviada, es bien sencilla: los Cosmen ya estaban allí, nunca dejaron de estar allí, a pie de obra, haciendo lo que mejor sabían hacer, explotando oportunidades abiertas a todos pero sólo asumibles por quienes contaban con experiencia y sentido del riesgo, incorporando a la familia, reinvirtiendo, creciendo en reputación y compromisos? Es decir, dentro de una cultura empresarial que el actual patriarca de Alsa supo resumir recientemente en estas páginas de LA NUEVA ESPAÑA: «Empresarialmente, fuimos paso a paso?». Pero, con la discreción y modestia que lo caracterizan, omitía un matiz diferencial que justifica que el historiador económico hable de dinastía: aquellos pasos comenzaron nada menos que hace más de ocho siglos. Y el mismo paso y el espíritu empresarial de los históricos arrieros del Puerto siguen hoy en la matriz de Alsa. Sutilmente lo expresaba uno de los continuadores de la saga familiar, Andrés Cosmen Menéndez-Castañedo: «Es importante adaptar el modelo empresarial a las características de China, pero es más importante aún saber qué aspectos o procesos de nuestro negocio son intocables».