Al Partido Socialista, que cada vez que puede presume de sus 132 años de historia, le encanta resaltar la trascendencia de sus congresos. Si el celebrado en 2000, que eligió a José Luis Rodríguez Zapatero como secretario general, fue el germen de la «era del talante», el origen del «zapaterismo», los socialistas querían que el cónclave celebrado este último fin de semana en Sevilla fuese una especie de nuevo Suresnes. En aquel histórico encuentro, celebrado en el exilio francés entre el 11 y el 13 de octubre de 1974, el elegido como secretario general fue Felipe González. Suresnes cambió la orientación política e ideológica del PSOE poco antes de la transición democrática en España, y puso las bases para su gran triunfo en las elecciones. Algo así querían que fuese el cónclave de Sevilla, pero de momento el único punto de unión es que, tanto en la capital andaluza como en aquella localidad francesa, el congreso se celebró sin teléfonos móviles. En Suresnes, porque no existían; en Sevilla, porque un inhibidor de frecuencias que debía ser del tamaño de la Giralda evitó que funcionasen. Los socialistas no querían filtraciones durante el recuento, y de paso dejaron a la prensa desconectada. Compuestos y sin línea.