Ribadesella, Ramón DÍAZ

«Riada sobre riada. Lo nunca visto». Roberto Capín no daba crédito: nunca antes se había visto en Ribadesella que el río se desbordara dos días seguidos. Pero, centímetro a centímetro, un Sella amenazador, desbocado ya el día anterior, iba acercándose a las casas de la localidad de L'Alisal, en Ribadesella. Un pueblo cuyos vecinos viven con el alma en vilo cada crecida, porque siempre es este el primer punto en el que el río más caudaloso de la comarca oriental de Asturias se sale de su cauce. Eran las diez de la noche y un grupo de vecinos, reunidos en L'Alisal, llegaba a la conclusión de que la inundación era inevitable. El Sella seguía creciendo sin descanso. Un palmo más y la carretera que cruza el pueblo desaparecería bajo el agua. Iba a ser una noche larga, angustiosa, interminable.

Buenos conocedores del río y sus vaivenes, los lugareños no se equivocaron: a las once de la noche, el agua, imparable, inundaba la carretera de L'Alisal, que había sido cortada unos minutos antes por la Guardia Civil. Pero al Sella todo le parecía poco esa noche. «Si llega a esa marca», comentaba un vecino señalando a una pared, «se desbordará en Lloviu y tendrán que cortar la nacional (en referencia a la N-634). Hoy llega». El augurio se cumplía sólo dos horas más tarde.

Si poco antes de la medianoche el agua alcanzaba la vía de Feve en Llovio, media hora después del cambio de fecha el Sella inundaba uno de los carriles de la N-634 en esa localidad. La Guardia Civil ya lo había previsto y había colocado señalización de peligro y limitación de velocidad. Un agente daba por sentado que la nacional se cortaría en una hora, tanto en Llovio como en Triongo. Al final no hizo falta.

En el Hospital del Oriente, mientras tanto, los pacientes no sabían a qué carta quedarse. Desde primera hora de la noche, enfermeras y celadoras les habían dado mensajes contrapuestos: «ahora se desaloja», «ahora no se desaloja». El hijo de un paciente llanisco se acercó al centro asistencial, en previsión de un posible desalojo, para acompañar a sus padres. Sólo a la una de la madrugada, con el nivel del río Piloña, afluente del Sella, estabilizado, una trabajadora del centro les comentó, «extraoficialmente», que no habría desalojo. Volvía la tranquilidad al edificio, y, poco después, los acompañantes del paciente regresaban a sus casas en Llanes.

A esa misma hora la preocupación se trasladaba a la villa de Ribadesella, donde la marea subía y subía, como en el cuento de Daniel Sueiro. La pleamar llegaría a las cuatro de la madrugada, y con ella podrían surgir nuevas dificultades, sobre todo en L'Alisal y en La Mediana, pero lo mismo también en la propia capital del concejo, donde el nivel de la ría, en las inmediaciones de la rula, estaba en ese momento a poco más de un metro del borde del muelle. «Pues lo mismo se desborda, porque la marea es de noventa y cuatro», señalaba el único angulero que buscaba su jornal en la orilla derecha de la ría.

A las tres de la madrugada, el nivel del agua estaba ya a poco menos de medio metro del borde. «Va a estar muy justo», indicaba otro angulero. Una hora después, con la pleamar, el Sella se quedaba a dos palmos de alcanzar las calles de Ribadesella. Sólo entonces empezó, lentamente, a tranquilizarse.

En Santianes, mientras tanto, Jesús Suárez sumaba ya varias horas de espera. Su segunda residencia, estaba anegada; su furgoneta, con agua hasta la matrícula; y su perra, «Candy», una preciosa hembra de pastor alemán, en la terraza, atrapada. El hombre no se iría a Gijón, donde reside, no iba a abandonar a «Candy». Acurrucado en su coche, al pie de la nacional, durmió apenas diez minutos en toda la noche. Y sólo pudo entrar en la vivienda a las ocho de la tarde de ayer.