Vuelven los necios con sus interpretaciones alicortas e ideologizadas de las cartas pastorales del arzobispo de Oviedo. Quienes reprochan a Jesús Sanz Montes el afán de orientar el voto católico siempre hacia el mismo corral son incapaces de atisbar la carga de profundidad de su mensaje contra todo lo que nos ha traído este descalabro social, la arremetida encubierta contra los verdaderos culpables de lo que ocurre. Después de una lectura minuciosa -debilidad en la que no habrá incurrido ninguno de sus críticos-, cabe sospechar que el arzobispo de Oviedo comparte con el filósofo marxista Terry Eagleton la convicción de que «el sistema capitalista avanzado es inherentemente ateo». Cosa distinta es que no lo diga por no alarmar a la feligresía.

Sin duda imbuido por el espíritu de Francisco, el arzobispo hace suyas muchas de las propuestas de los que hoy tratan de atemperar en la calle los efectos de la codicia voraz. Hay que estar muy cegado por el prejuicio anticlerical para no entender que su llamamiento a la defensa de la vida lleva implícita una proclama del valor del trabajo, una descalificación a quienes nos encaminan a ese logro sistémico que consiste en que ni siquiera tener una ocupación te garantiza una vida digna. Y la exhortación en favor de la familia es una cruda crítica a todos los que han propiciado que tantas de ellas se queden a la intemperie porque la banca siempre cobra. Animado por una santa ira idéntica a la que en otro tiempo movió a la expulsión de los mercaderes del templo, no resultaría extraño que después de este ataque contra los promotores de tantos desahucios don Jesús imponga a todo banquero que se le acerque el rezo íntegro del «Padre nuestro», incluido lo de «perdonar a nuestros deudores» que ha de abrasar tantas bocas. Avanzando por la misma senda a nadie debe sorprender que, emulando a Warren Buffet, Sanz Montes pida abonar el IBI de la Casa Sacerdotal, un modesto alivio para las arcas públicas que debería complementarse con algún tipo de recargo al horror arquitectónico.

Éste es el mensaje desnudo del arzobispo, el que la izquierda no sabe leer, el propio de una Iglesia siempre combativa ante el desamparo, comprometida con la legión creciente de los desfavorecidos, la pastoral de un radical que acabará buscando a Dios entre los fogones de la Cocina Económica.