Según científicos de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda), en la primera década del XXI las nubes han perdido altura, bajando unos 40 metros. Un rasgo de humildad de las nubes, tal vez para congraciarse con la gente bajita. Algunos creen que de seguir la tendencia llegarán a tocar el cielo con las manos, pero las nubes no son el cielo, sino lo que lo tapa, asunto del que se ocupaba, para combatir los engaños de los sofistas, la comedia de Aristófanes «Las Nubes». Por otra parte, conforme se acerquen, las nubes irán perdiendo su aspecto firme, rotundo y expresivo para parecerse a lo que son, un puré de guisantes gris y amorfo. Aunque las nubes sean uno de los efectos teatrales más falsos que existen, su forma, color, tono, movimiento y textura nos informan a diario de cómo está el líquido amniótico en el que hacemos vida, y, casi casi, del humor de los cuerpos, el líquido interior.