Dentro de lo curiosas que son siempre las elecciones en Asturies, éstas lo son más aún. La idea nuclear de un Estado autonómico o federal es que es más capaz de motivar fuerzas o aprovechar capacidades que se perderían en una organización centralizada. Asimismo, que los gestores serán más capaces de identificar los problemas y de buscar soluciones, por su proximidad a los mismos; de idéntica forma, los ciudadanos tendrán la opción de que se conozcan antes sus problemas y, por la cercanía, serán más capaces de exigir resultados. Sin embargo, ninguna de estas teóricas cualidades parece haber existido nunca en Asturies, al menos en grado apreciable.

Si, con respecto a esas variables, examinamos aquellas organizaciones que, con posibilidades de éxito, se ofrecen como gestoras de la cosa pública, el suspenso es absoluto. PSOE y PP, por ejemplo, se conjuraron durante mucho tiempo para evitar avances en la autonomía asturiana, hasta el punto de que las enmiendas reductoras de los proyectos estatutarios las redactaba (¡literalmente!) la misma mano. Después, el PSOE, con don Javier Fernández a la cabeza, ha sido el valedor y sostenedor del Estatuto catalán, de la idea del federalismo asimétrico y de los demás disparates financieros y estatutarios que marginaron a Asturies. El PP, como el PSOE, ha apoyado en los últimos tiempos otros estatutos también contrarios a nuestros intereses. Es más, ¿recuerdan ustedes una sola idea, una sola, manejada por el PP con respecto a nuestra comunidad que respondiese no a una papagayil reiteración del discurso de Madrid, sino nacida aquí y orientada a nuestros lares? ¿Una sola? Pago por ello. Lo único que yo recuerdo en las bocas de las señorías gavioteras es el sonsonete permanente de lo bien que lo hacían Aznar y -¡ay!- Cascos.

En cuanto a la UPyD, que encabeza mi sensato ex alumno Ignacio Prendes, aún ignoro cuál es la razón por la que se presentan a las elecciones autonómicas. UPyD es fundamentalmente, y entre otras cosas, un partido recentralizador, cuyo programa máximo consiste en devolver al Estado central unas cuantas competencias, entre otras la sanidad y la educación. ¿Qué sentido tiene, pues, un partido que se presenta a un Parlamento autonómico para vaciarlo o cerrarlo?

Nos queda el señor Cascos. Uno todavía recuerda que don Francisco expulsó del PP al entonces presidente, don Sergio Marqués, porque éste creyó que, como presidente de los asturianos, debía defender los intereses de éstos (Fábrica de Armas, ley de Uso, concesiones de radio, reforma estatutaria?) y no limitarse a recibir las órdenes de Madrid. Ahora, el señor Cascos se presenta como paladín de Asturies: «No somos una sucursal de Madrid», dice. ¿Damos crédito a ese saulino cambio de fe traspasada la raya de los sesenta o creemos que la naturaleza humana es invariable a partir de cierta edad?

Como quiera que sea, parece que don Francisco llega tarde y con el pie cambiado. Porque, sobre ser la mayoría de sus votantes los menos partidarios de la autonomía, como se sabía de encuestas anteriores, ahora el CIS vuelve a recordarnos que los asturianos somos los más parecidos de España a los madrileños, y que una parte notable de nosotros piensa que sus aspirinas se las suministrarán mejor desde Madrid, que es mejor que el funcionario que decide sobre las carreteras y los trenes sea madrileño y que lo tendrá más fácil para reclamar si tiene que ir a la capital del Reino que a Uviéu.

¿Resultado y resultados de las elecciones? La parábola. Un par de jóvenes de visibles carencias en lo psíquico y de notables distrofias en lo físico se encuentran acompañados por sus respectivos padres en el tocólogo. «Doctor, pregunta uno de ellos, ¿qué posibilidades cree usted que existen de que el vástago sea normal?» Por toda respuesta, el doctor emitió un suspiro.