Nava / Mieres, Á. F.

María Dolores de Cospedal organiza ella misma quién y cómo se coloca en las fotos. Posa con soltura adelantando una pierna, llena de piropos a la candidata asturiana Mercedes Fernández y pone firmes «a los socialistas». No les perdona ocho años «en los que no hicieron nada», ni que ahora «hablen de alternativas de futuro y de trabajo». Le parece «una tomadura de pelo». Y todo esto lo hace de un momento a otro, capaz de cambiar el registro en décimas de segundo. De una sonrisa angelical, la de la niña que montó las «girls scouts» en su colegio de Dominicas, al verbo duro de abogada del Estado. Habla pausada, sin sobresaltos, pero con los puntos y las comas en su sitio. Mensaje claro y sin rodeos, aunque con las palabras «diálogo y consenso» entre los recursos más a mano.

Viste su delgadez con elegancia. Saca partido a la falda tubo por debajo de la rodilla, a su blazer gris, medias tupidas y esas plataformas de tacón tan discreto que ni se notan.

Aprieta con los fondos mineros y reparte mandobles en la defensa de la reforma laboral de Rajoy, de la financiera y de la educativa que pretenden «para enseñar a pensar, que no es enseñar lo que hay que pensar».

Apenas se mueve su media melena aparecen, casi imperceptibles, discretos solitarios en sus orejas. En la muñeca, un Bulgari de la gama más modesta y en los ojos, viveza para captar al vuelo los detalles. En el Museo de la Minería se sorprende con la vieja máquina de «corchar» y en el llagar Viuda de Angelón clava la mirada en Pablo Álvarez y su clase magistral de escanciado. Conoció a Ander Azcárate y su tocho de fotos con autógrafo. Sonrisas para él. Las mismas que a Yeray, el pequeño que brincaba por el llagar y no entendía de secretarias generales, candidatas, ni protocolos varios. Y llega a Mieres, a Valdecuna, y reparte besos. Y mira con ternura a Clara Martínez Cueva, algo más que veterana militante, una valiente del partido en Mieres, de cuando ser de derechas en las Cuencas...

Así actúa y se entrega al partido esta Dulcinea del El Bonillo, a 80 kilómetros del quijotesco Toboso. El hidalgo, en su demencia, veía a la amada «virtuosa, emperatriz de La Mancha, de sin par y sin igual belleza». No hacen falta locos para reconocer el encanto de Cospedal, una emperatriz afilada a golpe de gaviota, crecida a los pechos de Aznar y Esperanza Aguirre, pero lanzada al estrellato con Mariano Rajoy.