El título no es un chiste de Gila: antes de plantear cualquier batalla -la campaña, dándole la vuelta a Clausewitz, es uno de esos caminos que permite continuar la guerra por otros medios- conviene saber quién es y dónde está el adversario; mayormente, para no malgastar munición, que no andan los tiempos para salvas y pirotecnia. A diez días de las elecciones ya es hora de tener fijado el objetivo y calibradas las miras.

El 25 se decide una partida triple: quién manda en la derecha, quién gana y quién gobierna. Cada uno de los tres grandes competidores -FAC, PSOE y PP- trabaja con distinto riesgo. El PP sólo lavará la cara si recupera la primacía de la derecha: cualquier otro desenlace sería la reiteración del fracaso. Foro puede asumir un segundo lugar siempre que supere al PP y, a poder ser, tenga opciones de gobierno. Los socialistas, en cambio, carecen de colchón paliativo: sólo les sirve vencer, y con ventaja sobrada para avanzar el paso al Ejecutivo.

En enero, cuando el presidente Álvarez-Cascos anunció las elecciones, los estandartes parecían claros. FAC agitaba la pinza: ese engendro que llaman PPSOE no les deja gobernar. El PSOE escogió el fracaso de las derechas, rendidas a sus odios e incapaces para el acuerdo. El PP se encadenó a la efigie de Rajoy para acreditar pureza de sangre popular y exhibir sus poderes, e IU quedó compuesta y con un dilema: cómo arremeter contra la derecha gobernante, en Asturias y España, sin degradarse en carne de cañón, mal pagada infantería de los socialistas.

Mes y medio después, Cascos mantiene el banderín de enganche. Su petición de una mayoría amplia no es más que la derivada primera y lógica del supuesto previo: ya que los del pacto nefando me maniatan, que me liberen los votos. Esa capacidad para sostener y desarrollar un mensaje toda una campaña evidencia oficio y estrategia, sea cual sea el resultado. IU, afortunada, se ha topado con un confortable puerto refugio al calor de la huelga general que le acoraza su representación. Les basta con quedarse ahí acuartelados y, de vez en cuando, dar voces al megáfono para hacerse notar.

El PP y el PSOE han querido tocar otros palos. Resulta extraño que los populares -esto es, Mercedes Fernández & The Genova's Happy Band, porque los líderes regionales están ausentes, y algunos escocidos, en una sorpresiva y muda cuarentena primaveral, acallada por la rutilante gira del star system popular- se hayan obcecado en más enredos de los necesarios con Cascos. A los socialistas, por su parte, les han podido más las ganas que la táctica, y en vez de repartir por igual entre FAC y PP como buenos hermanos de leche e ideología, siempre se les va la mano con el presidente. Es curioso que los grandes partidos nacionales no hayan reparado en que la concentración de ataques en FAC nutre su discurso victimista. Y, dicho al paso, en la campaña del PSOE también se aprecia algún protagonismo menor del esperado: el de Fernando Lastra, portavoz parlamentario llamado a la derecha del padre como número dos de la lista (puede ser voluntario o, como en el PP, por orden gubernativa; en cualquier caso, resulta llamativo).

En cualquier caso, todo eso queda en carrera y estiramientos, meros prólogos del partido. La fase decisiva empieza estos días, especialmente el fin de semana, y quien desinfle antes del 23 puede perder a los puntos, que es como se dirimirá el combate. Toca afilar el mensaje, darle sin desmayo al bombo y elegir adversario. Por lo visto hasta ahora, Cascos seguirá con el doble objetivo de batir a derecha e izquierda, en tanto que el PP vira alguna cañonera hacia el PSOE. Así que Javier Fernández tendrá la oportunidad de escoger contrincante principal, todo un privilegio en tiempos de recortes. El desafío puede librarse en vivo y en directo con un debate o a través del intercambio de mensajes cruzados: el caso -para todos- es acertar en el objetivo, porque confundirse de enemigo, concentrar o dispersar el fuego más de lo conveniente es, a estas alturas, un error letal. Ésta no es, como antes, una pelea a dos. Es cuestión de pararse a pensarlo, porque luego, como canta el dúo «Pimpinela» y parodian las Juventudes Socialistas, no valdrá arrepentirse: olvídame y pega la vuelta.