Los lamentos de siempre: por un lado, sobre el futuro miserable de la juventud mejor formada de nuestra historia, y, por el otro, sobre la situación del sistema de ciencia-tecnología, con la financiación recortada y el riesgo de masiva emigración de los mejores cerebros. Parecen cosas distintas, pero al final hablamos de lo mismo. Hoy por hoy, el futuro de una generación, en un país desarrollado, sólo lo garantiza la existencia de una masa crítica suficiente de científicos e investigadores que abastezca al sistema productivo, aunque sea de forma indirecta, de la materia prima para inventar y para inventarse. Nadie se engañe, alcanzar esa masa crítica llevará entre una y dos décadas, pero cada día perdido es un paso más hacia el abismo de la banalidad productiva, en la que sólo compite el más barato, y por tanto el que menos paga, aunque el joven al que contrata sea doctor en Exactas.