Las campañas electorales, para que salgan bien, tienen que gustar, tienen que enganchar a quienes las protagonizan. De lo contrario, por mucho interés que se ponga, por mucho tiempo que se dedique, por mucho que se trabaje, siempre se notará que falta algo, que no se obtienen los resultados deseados, que, en resumen, algo falla.

Disfrutar por un lado, y por otro, mostrarte como realmente eres. He aquí dos requisitos indispensables para que una campaña electoral sea fructífera. Si un candidato acude a los actos a regañadientes o lo hace encorsetado por quienes se encargan de diseñar su estrategia y su imagen pública, lo más probable es que no logre el objetivo básico en cualquier período electoral: acercarse a los ciudadanos de la manera más amena posible para intentar convencerlos para que le den su voto.

Algo de esto debe estar pasando en Asturias. La campaña no funciona. Le falta pegada. Y eso que nadie puede poner en duda la gran importancia que tienen para la región estos comicios, después de ocho meses de desgobierno.

Como suele ser habitual en períodos como el actual, Francisco Álvarez-Cascos sí se encuentra en su salsa. Más aún en esta ocasión, en la que la tensión por él creada hace casi irrespirable el clima político asturiano. Y es en estas circunstancias en las que Cascos mejor se desenvuelve. Desde siempre. Nunca ha rehuido el lodazal. Más bien todo lo contrario, hasta lo crea cuando considera que puede servir a sus intereses. Lo malo es que el barro sólo no basta. Como no sirve la mentira, que por mucho que se repita no se convierte en verdad.

En cambio, tanto el socialista Javier Fernández como la popular Mercedes Fernández, bien porque no se encuentran cómodos o porque no los dejan mostrarse como realmente son, no están sabiendo sacar provecho a la campaña.

No hay término medio. Uno se pasa y otros no llegan.