En las elecciones celebradas en 2011 en Asturias, el PP y Foro, sumados sus votos como si fueran un solo partido, obtuvieron unos 130.000 más que el PSOE. Esa es la distancia aproximada que separa hoy a este último del centro de la política asturiana, el lugar que ha ocupado desde 1982 con la única excepción de la legislatura iniciada en 1995, en la que los votantes lo sentaron en los escaños de la oposición. La situación actual es desconocida para los socialistas, la peor en la que se han visto en la historia de nuestra autonomía. No dominan en ninguno de los niveles de gobierno y el bloque de sus votantes fijos, el mayor patrimonio con el que cuentan para encarar el futuro, presenta pequeñas fisuras.

El PSOE ha tenido que responder a mayores exigencias que otros partidos. Mientras la derecha procuraba asimilar el pluralismo ideológico de la sociedad española, intentaba infructuosamente unirse y buscaba su sitio en la democracia, tuvo que crecer, hacerse fuerte y asumir la responsabilidad de la consolidación de la democracia. Los españoles han reclamado su presencia en el gobierno tan pronto como en las instituciones o a pie de calle. Y ha competido en todas las franjas del espacio electoral, a derecha y a izquierda, con los partidos nacionalistas y contra la abstención. No es un partido socialista a secas. Durante tres décadas ha desempeñado a la vez el papel de partido predominante, estabilizador del sistema democrático y agente de la modernización del país. Ha sido, en fin, la columna sobre la que ha reposado el mayor peso de la democracia española, lo que le ha permitido disfrutar de todas las oportunidades de poder que se le han brindado. Incluso ha llegado a perder el alma en ello.

Hoy es un partido exhausto, carente de fuerzas para relanzar el proceso de renovación cultural y organizativa emprendido por Joaquín Almunia en los años de entre siglos y truncado en la primera cita con las urnas. Ya no es capaz de ofrecer una nueva ilusión política a aquellos que mantienen el sueño incombustible que le dio la vida. Sin energías ni empuje suficiente, en el congreso de Sevilla ha optado con buen criterio por una línea política de sobriedad, concediéndose un tiempo para ver si un balance electoral favorable impulsa su recuperación.

El PSOE puede ganar las elecciones del 25 de marzo aún perdiendo votos. Un reparto simétrico de votantes entre PP y Foro le ayudaría a salir del bache. Los asturianos le han puesto un duro castigo en 2011 y dan síntomas por primera vez de dudar de verdad de lo que siempre fue, pero el PSOE está haciendo un gran esfuerzo para no defraudar. Lo que nunca falla es su buena disposición. Ya ha anunciado que formará gobierno si la derecha no es capaz de hacerlo.