Justo en la víspera de la celebración del Día de la Mujer del año 2012, siglo XXI, en la sesión plenaria del Congreso de los Diputados, ante los representantes de la soberanía nacional y con una amplia difusión mediática, el ministro de Justicia del Gobierno de España (Alberto Ruiz-Gallardón) desempolva una consideración de la mujer española que, por un momento, nos hizo sentir el vértigo de la vuelta a tiempos afortunadamente pasados y superados.

Pero, ¡qué obsesión por tratar a las mujeres como seres desvalidos, merecedores de protección y necesitadas de guía! O lo que es lo mismo, débiles, incapaces e inmaduros. Y, ahora, después del camino recorrido, descubrimos que se trata de personas tan endebles y frágiles que necesitan ser protegidas de las garras de los enemigos de la vida para que puedan así culminar felizmente su destino en la vida de criar hijos para el cielo.

Vaya por delante mi proclamación de la maternidad como la experiencia vital más maravillosa que le puede suceder a una mujer, que la aventura de la crianza, la ternura en su expresión más existencial y el cálido refugio en la pulsión biológica de la vida, de la cultura y de la civilización alcanza en ella su expresión más noble, completa y sublime. Pero la gracia de todo esto radica en que sea la mujer libremente quien decida cuándo, cuánto, cómo y con quién va a ser madre. El ser biológico en armonía indisoluble con el rol social.

Y en esta tarea llevamos trabajando muchas mujeres y hombres, que, apasionados de la igualdad, creemos que es posible un modelo de convivencia que permita que mujeres y hombres puedan desempeñar la función social que deseen desde la más estricta igualdad y puedan vivirlo con plenitud a partir de la radical diferencia sexual de su feminidad y su masculinidad.

Este modelo de convivencia parte de la igualdad como valor guía de organización de los servicios que hacen efectivos los derechos de ciudadanía y que constituyen las bases para la cohesión social y el bienestar individual. Educación, salud, igualdad de oportunidades, protección social son las bases que permiten que hombres y mujeres puedan ser, estar y participar como miembros de una sociedad de ciudadanos libres e iguales. Así, los logros del Estado de bienestar han sido el principal instrumento que ha permitido la integración de las mujeres en la vida social, laboral, política, económica, mediante servicios públicos que satisfacen esas necesidades con efectividad, calidad y eficacia.

Todos estos servicios y prestaciones han permitido los cambios reales para la vida de las mujeres, a la vez que procuran sociedades más justas, cohesionadas y prósperas. Pero lo que realmente ha supuesto una auténtica revolución en la vivencia de la condición femenina ha sido el logro de la separación entre reproducción y sexualidad. La vivencia plena de la sexualidad, independientemente de la voluntad de reproducción, es algo más que un avance científico. Es la capacidad de gobierno de su cuerpo y de gestión de la propia vida para las mujeres. Biológica, psicológica, afectiva y social.

Y, por supuesto, es aquí donde aparecen las resistencias de la reacción ideológica, política, religiosa. La venta de preservativos en farmacias generó objeción activa; la píldora anticonceptiva, combate encorajinado por dañina para la salud, por supuesto pecaminosa y casi abortiva; la primera ley de despenalización del aborto, una batalla encarnizada por considerarlo casi de asesinato en serie. Ahora, la modificación de la ley y la píldora del día siguiente están desencadenando una larga cruzada contra los infieles que manejan a las influenciables y débiles mujeres.

Con todo tipo de disfraces, en todo tiempo y ante cualquier oportunidad, aflora de forma reiterada el fantasma del destino de la mujer condicionado, en el mejor de los casos, por el azar que puede hacer cambiar el ritmo de la vida de forma inesperada. Y en el peor, despertando fantasmas, siempre amenazantes a la libertad de decisión de las mujeres sobre su propia vida, su función en la sociedad y su real gana. El más abyecto argumento que escuché, proveniente de un teórico de la derecha más reaccionaria, que no quiero citar, a propósito de la modificación de la ley del aborto, fue que suponía un bálsamo cómplice para la mala conciencia de las mujeres con el Gobierno socialista.

Personalmente, si hay algo que considero detestable en este asunto, es esa supuesta sensibilidad hacia las mujeres que, en el fondo, no es más que la expresión de un paternalismo machista, que considera que «la sociedad» debe proteger a las mujeres, como si ellas no formaran parte de la misma que los hombres y en absoluto pie de igualdad. Y, ahora, deben ser protegidas de la influencia maligna de quienes las apartan de su destino. La sociedad no tiene que proteger a las mujeres porque las mujeres son parte de esa misma sociedad y son tan protagonistas y tan responsables del modelo de convivencia como los hombres. No podemos permitir que pasemos de la protección de los maridos, padres, hermanos, curas, jueces y, ahora, ¡nos pretendan proteger ministros conservadores!

Por supuesto, la sociedad debe procurar la igualdad de oportunidades para que las mujeres puedan ser trabajadoras, científicas, médicas, profesoras, limpiadoras, astronautas, cocineras, el rol social que les interese, pero son ante todo ciudadanas libres que serán madres cuando autónoma y responsablemente decidan, señor ministro.