La campaña electoral se está desarrollando como si todo estuviera dicho, las cartas echadas y sólo faltara confirmar un resultado. Los partidos no muestran la actitud competitiva que cabía esperar. A los candidatos se les ve renuentes a intercambiar argumentos. Sus mensajes, escuetos y nada persuasivos, parecen pensados únicamente para distraer a los electores. El candidato socialista se ha ofrecido de soslayo para celebrar un debate en televisión y la respuesta ha sido un clamoroso silencio. El análisis que se hace de la situación política y económica de Asturias tiene escasa utilidad. A los aspirantes les falta en general fuerza de convicción.

Ésta es, quizá, la campaña más multiforme de las organizadas hasta la fecha en cualquier tipo de elección. Las estrategias de todos los partidos incluyen las formas convencionales. No obstante, la petición del voto es tímida; la asistencia a los mítines, bien espaciados, es inferior, y la cartelería, más austera. Lo llamativo es que cada partido esté recurriendo a una puesta en escena diferente. Foro, siguiendo la pauta que ha distinguido a su líder en su larga carrera política, basa su campaña en actos públicos, los más concurridos, y no tanto en el contacto personal con los electores. El PSOE procura, sobre todo, tener presencia y transmitir seriedad a través de su candidato, que está visitando todos los concejos en una gira muy apretada. El PP ha optado por incrustar la imagen de su candidata en la foto de los dirigentes nacionales que acuden para recordar la ventaja de votar al partido que gobierna la nación. La campaña de IU es la más parecida a otras de la coalición, aunque su tono general es igualmente discreto. En cambio, UPyD, que se había distinguido en anteriores ocasiones por un estilo innovador, está siguiendo el guión habitual de los partidos mayoritarios. Si hay algo en la campaña común a todos es que están concentrando la atención en la persona de los candidatos. Por distintos motivos, las siglas, las listas y las organizaciones son, a lo sumo, sólo parte del decorado de fondo del cartel electoral.

En el diseño de las campañas puede haber influido el estado de ánimo provocado por la crisis, la inmediatez de éstas en relación con las elecciones del año pasado e, incluso, la profesionalización creciente de las actividades electorales de los partidos asturianos, pero puede que haya tenido que ver aún más el hecho percibido por todos de que lo único que importa de estas elecciones es el resultado que los asturianos esperan, un Gobierno estable y eficaz. Es la única justificación de la convocatoria anticipada y, por eso, ha condicionado de principio a fin el proceso electoral. Lo que los asturianos desean saber cuanto antes es qué Gobierno tendrán para el resto de la legislatura. Todo lo demás lo dan por sabido.

Puesto que parece probable que ningún partido obtenga una mayoría suficiente, los votantes hubieran agradecido un pronunciamiento diáfano de los candidatos al respecto. Arrastrados por la presión de la opinión pública, todos han querido mostrar su buena disposición, acotando con mayor o menor precisión sus opciones preferentes y las que excluyen de antemano. Si los resultados lo hacen posible, el PSOE formará un Gobierno de izquierdas sólo si la derecha, sumando una mayoría, no llega a un acuerdo. El PP se ve presidiendo un Gobierno de coalición con Foro. Por su parte, IU sólo aceptará participar en un Ejecutivo con el PSOE si aplica políticas de izquierda. En su caso, UPyD está abierto a negociar con todos un programa de gobierno. Foro, el partido del Gobierno saliente, es el único de los que tienen posibilidades de ocupar escaños que no se ha pronunciado. En realidad, lo ha hecho en los mismos términos, calculadores y vagos, que lo ha venido haciendo desde que ganó las anteriores elecciones. Visto lo sucedido en el último año, su actitud presta un flaco servicio a los asturianos. Los dejaría sumidos en la incertidumbre máxima en la que han vivido estos meses. La política asturiana, entonces, podría convertirse en una perfecta representación del angustioso absurdo de Beckett.