Las breves invernadas al filo de la primavera tienen la fascinación de todas las fronteras. En el alto hayedo la nieve cae con cierta violencia, pero convive con la inagotable alegría de los pájaros. Dos arrendajos se persiguen entre graznidos, en un cortejo incesante de búsqueda y fuga. El juego de la bandada de pinzones, repartida entre las ramas en una gran extensión, es más complejo y menos previsible. Aunque cae con fuerza nieve de grano fino, antes de que ésta llegue a tapizar el suelo las nubes bajas pierden cohesión, hasta disolverse y dejar que en el paisaje se imponga un sol que ya no tiene la tibieza del invierno, y se deja sentir con levedad, pero con firmeza. En un momento en que, por alguna razón, han callado los pájaros, el silencio es tan absoluto que es preciso detenerse, por puro respeto, para no perturbar con las pisadas lo que aquéllos celebren, sea lo que sea.