Siempre me repugnaron esos cartelones electorales con los que se suele forrar en estas fechas la entrada de los centros educativos. Supongo que lo hacen por el lado de la calle por vergüenza. Ya, ya sé que es la fiesta de la democracia y que es muy bonito ver cómo los presidentes de mesa dejan a los niños pequeños que metan la papeleta de la mamá (o del papá, con perdón) en la urna. Esa historia me la conozco. También presumo que los colegios, cuando también son electorales, tienen que pagar ese peaje, aunque no sé qué ganan.

No contentos con toda esa exhibición de marketing estéril, de promesas electorales de pacotilla, ayer vi con asombro cómo un grupo de Foro, encabezado por Arturo G. G. de Mesa, repartió su mercancía a la entrada de un centro público. No sé qué hacían allá ellos, que prefieren curas, pago y copago. A la puerta de un colegio lo único decente que se puede hacer es repartir cromos, invitaciones para funciones infantiles y a veces, cuando hace sol, vender helados. Los padres también tienen derecho a tertulia. Nada más.