Aviso a los historiadores y a los analistas de los medios de comunicación por si en adelante lo quieren incluir como materia de estudio: en las siempre complicadas relaciones entre la prensa y los políticos será difícil encontrar un caso de obsesión mayor hacia los periódicos que el del litigante Álvarez-Cascos. Para comprobarlo, sólo hace falta repasar el historial del veterano dirigente, basado en un conflicto permanente con el ejercicio del periodismo. Esta autoritaria pulsión incluye diarios nacionales, regionales, televisiones, etcétera, y abarca la dilatada carrera del político gijonés desde sus tiempos en Alianza Popular hasta el presente como líder de su propia organización.

Me estoy refiriendo, claro está, al periodismo que no se pliega a lo que Cascos pretende en cada momento y que el propio fundador de Foro ha combatido tradicionalmente por medio de insidias, insultos, libelos y calumnias que no se corresponden con la imagen que debería proyectar una figura pública al frente de una institución. Cualquiera que haya seguido su trayectoria se dará cuenta en seguida de la intransigencia de Cascos y de lo refractario que puede llegar a ser a la crítica o a cualquier información que le disguste por veraz que sea y contrastada que esté.

Probablemente es la sobrevaloración de sus derechos y el desprecio que siente hacia los de los demás lo que le hace erigirse febrilmente ante sus seguidores como un paladín de su verdad o, en cualquier caso, de la que le conviene en función de la hora y del día. La verdad es un principio de lo más confuso, pero el líder de Foro tiende a considerarla como algo exclusivo o patrimonial. Hasta el punto de que casi siempre está dispuesto a olvidarse de ella cuando precisamente airea sus virtudes o convoca a sus palmeros a maltratar a los que osan informar de su pasado en Fomento y sus escarceos en el mundo del arte, negocios con las cajas y diputaciones afines. Algo que, por otra parte, no debería preocuparle que se supiese en el caso de estar convencido de haber actuado correctamente.

La tormentosa relación de Cascos con el periodismo se basa sustancialmente en el eterno litigio entre el que quiere ocultar y el que busca contar. O en el conocido adagio «noticia es algo que alguien no quiere que se sepa». Para este tipo de gobernante resulta de lo más engorroso que el periodista sea «alguien que cree en algo que otros están deseando olvidar», en aquella definición tan certera sobre el oficio de Carol Marin, la veterana columnista política del «Chicago Sun-Times».

Cascos no es el único ejemplo de político tempestuoso con la prensa, pero sí el más singular y persistente que se conoce. No ha sabido entender que el periodismo es una narración con un propósito, que consiste en proporcionar al ciudadano la información que puede ayudarle a comprender mejor el mundo, haciendo que esa información sea significativa, relevante y atractiva.

Un principio fundamental de la prensa es el control independiente que los periodistas deben ejercer sobre el poder; en muchos casos los políticos incómodos por esa labor intentan contrarrestarla con infundios sobre la dependencia de los editores; sin embargo, hasta la aparición de los primeros diarios, como recuerdan Bil Kovach y Tom Rosenstiel, en el clásico «Los elementos del periodismo», sólo la clase privilegiada, aquellos que mantenían negocios con los gobiernos o formaban parte de ellos, conocía los asuntos concernientes a la Administración pública. La información que recibía el resto de los ciudadanos provenía de rumores o mensajes intoxicadores de los propios gobiernos. Para intoxicar a los asturianos, Cascos, por medio de Foro Asturias, no sólo intenta acallar a los medios que cuentan lo que se empeña en ocultar, sino que también ha utilizado y utiliza libelos que su partido reparte por los quioscos o buzonea. Busquen donde quieran, pero no existe un caso similar en ningún otro partido ni en ningún momento de la reciente democracia española.

El papel vigilante sigue siendo esencial en la práctica de este oficio. Nueve de cada diez periodistas siguen creyendo que la prensa evita que los líderes políticos hagan cosas que no deben. Y nueve de cada diez ciudadanos que esperan por esa información estoy seguro de que lo agradecen. Cascos pertenece a esa minoría que se empeña en frenar ese cauce normal de la libertad de expresión e información, y lo hace, además, de una forma que, por decirlo suave, puede considerarse delirante.