Pocas veces los datos del escrutinio electoral son tan elocuentes como los del domingo pasado. Bastaría citarlos para hacerse una idea certera de lo ocurrido. Pero para abreviar y no cansar con una prolija relación de cifras, por lo demás ya conocidas, vayan por delante dos constataciones y la reflexión que me suscitan.

Lo primero es dejar constancia de la abstención más alta registrada en la reciente historia electoral de Asturias, si hacemos excepción de las elecciones europeas. Las únicas elecciones que resisten la comparación con éstas son las generales de 1986 y las autonómicas de 1991. Nunca se había producido un desplome similar, y en tan poco tiempo, de la participación. El mero hecho ya da que pensar. Pero tiene un calado aún mayor: en las tres décadas de historia del estado autonómico sólo ha habido tres elecciones en las que no acudió a votar un porcentaje ligeramente más elevado de electores, las de Galicia en 1981, Andalucía en 1990 y Cataluña en 1992. La respuesta de los asturianos al anticipo electoral decidido por el gobierno, y a los reclamos de éste para ampliar su mayoría parlamentaria, ha consistido en una desmovilización con marchamo de hito histórico. Todos los partidos, salvo IU y UPyD, presentan pérdidas en sus balances. Incluso los votos nulos y en blanco han disminuido. Parece evidente que los votos retirados a los partidos pequeños, que en otras ocasiones se concentraban alrededor de los grandes partidos, esta vez, con la excepción de escaños en blanco, se han esfumado en la abstención.

Asturias suele registrar una abstención por encima de la media de España en todo tipo de elecciones, pero es urgente que nos expliquemos por qué casi la mitad del censo se ha desentendido de la problemática situación política que vive su comunidad autónoma. Los dirigentes de los partidos, tratando de escurrir el bulto, cierto que unos más que otros, han mencionado entre las posibles causas el cambio horario, que fueran elecciones aisladas o que no hubiera motivo para celebrarlas. También se ha aludido a la desafección democrática y al desencanto político. Todo ello habrá influido en cierta medida. Si fuera así, las actitudes políticas de los asturianos no serían muy diferentes de las que caracterizan a los ciudadanos de las democracias avanzadas, donde se perciben los mismos síntomas. La diferencia reside en la insatisfacción que manifiestan los asturianos con el rendimiento, sobre todo económico y laboral, de las instituciones autonómicas y en su profundo malestar con los partidos mayoritarios, que en estos meses han defraudado sus expectativas mínimas. Los asturianos quieren tener unos políticos más pendientes de los ciudadanos, menos volcados en la vida interna de los partidos, y más eficaces en la resolución de los problemas. Y no los encuentran, mientras las perspectivas de la región se ensombrecen. Tampoco en Foro, que el domingo habrá echado de menos el apoyo de más de una cuarta parte de sus votantes de hace un año. El dato de la abstención no debe pasar desapercibido tanto por su magnitud como porque principalmente obedece a causas específicas de la política asturiana.

La segunda observación se dirige a la evolución de los resultados del PP en el último año. Presenta unas oscilaciones muy bruscas, que singularizan su trayectoria en Asturias en relación con la del resto del país. Tras ser abandonado por la mayoría de sus votantes, que se fue a Foro siguiendo los pasos de Álvarez-Cascos, en las generales de noviembre recuperó el apoyo de gran parte de ellos, para volver a perder más de la mitad el domingo. No es fácil encontrar un caso similar de un partido que en menos de un año haya sufrido altibajos tan pronunciados en sus registros electorales. El hecho es que de los votos perdidos por el PP han ido a Foro no más de un tercio. Del mismo modo que de los 55.000 electores que se apartaron de Foro apenas unos miles lo hicieron para unirse al PP. El domingo hemos descubierto fugas en los conductos que han facilitado el trasvase de votos entre los dos partidos, votos que ahora en su mayor parte se han perdido en la abstención. Algunas decenas de miles de electores de centroderecha, esta vez, han rehusado elegir entre Foro y PP, optando por distanciarse de ambos.

Lo que me pregunto es a qué se debe que el electorado del PP se haya multiplicado y dividido con tanta facilidad e inmediatez. ¿Por qué el voto del PP, tan estable en el resto de España, se comporta con tanta volatilidad en Asturias y es en particular en las elecciones autonómicas cuando se viene abajo? Pienso que la respuesta no está ya en la fuerza de atracción ejercida por el líder de Foro sobre ese voto, sensiblemente inferior a la de meses atrás, sino en el mismo PP, que no ha acertado con la oferta electoral que le hubiera permitido rentabilizar el éxito de las generales y proseguir su recuperación. Por el contrario, ni siquiera ha conseguido atraer a los votantes que retiraron su apoyo a Foro. El PP aún no ha encontrado la manera de combatir el liderazgo de Álvarez-Cascos en la arena electoral. Hace falta que repare en la necesidad de un discurso y una estrategia, de lo que ha carecido de forma clamorosa en la campaña electoral.

Foro es el partido que ha cosechado la pérdida de votos de mayor cuantía. El PP ha tocado fondo una vez más. Ambos se han hecho mucho daño y sus votantes, que empiezan a castigarlos por ello, parecen reclamar una solución diferente a la cuestión del liderazgo de la derecha regional. Los asturianos apuntan con el dedo hacia ellos. Son los partidos que se enfrentan a la responsabilidad inexcusable de hacer lo posible para formar un gobierno. Y aunque les vaya a resultar difícil mirarse a la cara, da la impresión de que ellos por fin también lo han entendido así. Saben que no hay disculpa que valga.