Ignacio Prendes, diputado de UPyD en la Junta General del Principado, es el hombre de moda. Estrena representación como diputado y como partido. Más allá de este éxito inmediato, sigue centrando la atención política, porque desde su solitario escaño se ha convertido en el voto decisivo para deshacer el empate parlamentario entre derecha e izquierda. La atención se acrecienta por la incertidumbre que suscita un partido que es una incógnita política.

Aparecer de repente en la cumbre, ante la mirada expectante de todos, produce vértigo, más cuando no se está acostumbrado a las alturas. Se pueden cerrar los ojos para no caerse, pero no para ignorar la delicada situación en la que, se quiera o no, uno está. Cosechar votos de los descontentos del juego tradicional de los partidos tiene el inconveniente de que el éxito obliga a entrar en ese juego, que, aun así, se puede llevar con altiva dignidad desde una cómoda oposición beligerante contra el bipartidismo institucional. El problema es cuando hay que asumir responsabilidades y cualquier decisión que se adopte a favor de unos o de otros, e incluso la de abstenerse, va a disgustar a parte de los votantes. Aquí hay que mojarse, y no para lavarse las manos.

La decisión será errónea si se piensa exclusivamente en el qué dirán los votantes propios, porque eso es hacerlo en términos de partido, y un diputado debe pensar que desde su opción ideológica representa a todos los asturianos. Mucho más cuando, como en el caso del diputado de UPyD, el resultado electoral le ha colocado en el fiel de la balanza. En una coyuntura como ésta no cuenta la insignificancia de su representatividad política, sino la importancia de su presencia parlamentaria para la gobernabilidad de Asturias.

Por supuesto, no se trata de dar un cheque en blanco a nadie. Tampoco de pagar en Asturias una deuda contraída en Madrid con Foro. Menos aún de entrar en una puja para ver quién da más. La posición de UPyD no puede ser la de asumir la responsabilidad de gobierno ni la de sacar a Asturias de la crisis, pero sí la de contribuir a una mayoría estable que lo intente. Éste no es el único rédito que puede obtener UPyD. Está en sus manos, junto con IU, forzar una reforma institucional y un cambio en el modo de gobernar, lo que, además de contentar a su electorado, le beneficiará como minoría parlamentaria.

De manera inmediata puede condicionar su apoyo a que haya una elección de la Presidencia de la Junta y de su Mesa que sea lo más institucional y plural posible. Incluso sería conveniente una Presidencia que no recayese en el mismo partido que asume la responsabilidad de gobernar y, desde luego, en una persona de consenso y no beligerante. Pero podría obtener también compromisos legislativos que son inexcusables para un partido minoritario y que redundan en el interés general, Por ejemplo, el cambio de la ley electoral asturiana, para que haya una circunscripción única, como hay en todas las comunidades autónomas uniprovinciales, salvo en Murcia, porque la división actual perjudica la representación proporcional y distorsiona la formación de la voluntad popular. La reforma de la ley que regula la elección del presidente del Principado, que impide votar en contra del candidato a este cargo, lo que vulnera el derecho de los parlamentarios, sobre todo de los integrados en grupos parlamentarios pequeños. La reforma del Reglamento de la Junta en aras de favorecer la función de control del Gobierno, singularmente la normativa sobre comisiones de investigación. La reforma de la ley reguladora de la Administración para profesionalizarla y reducir los cargos de libre designación. La aprobación de una ley de transparencia de la Administración regional, entre otras medidas.

Es normal que PSOE, Foro y PP perciban la insoportable levedad de UPyD; lo que no tiene sentido es que UPyD sienta también su levedad como insoportable. En las circunstancias actuales, el diputado Prendes no tiene derecho a abstenerse, sólo derecho a equivocarse.