Las buenas historias son aquéllas cuyos protagonistas se distinguen por sus valores, los acreditan con sus acciones y son capaces de provocar emociones en la audiencia con su relato. El cine suele añadir a estos ingredientes un final feliz, merecida recompensa para unos personajes que, salvo en las comedias desenfadadas, padecen sufrimiento para alcanzar sus objetivos, aunque en ocasiones sea el propio espectador quien amerite premio por su paciencia ante tanta futilidad e intrascendencia.

Los guionistas suelen aprovechar la erupción de emociones, sentimientos y decisiones que se producen en circunstancias límite para elevar la tensión narrativa y captar así la atención del público. El mayor éxito de una novela o de una película se registra cuando el lector o el espectador se meten en la piel del personaje, sienten como él y comparten sus deseos. Si, además, el relato roza la excelencia, el receptor es gratificado con posteriores reflexiones acerca del significado que la historia tiene para sí mismo.

A priori, las elecciones asturianas del pasado día 29 de marzo ofrecían a los guionistas de la política una situación casi límite para construir una buena historia. Sin embargo, el personaje más relevante del día fue la abstención. Poco más de uno de cada dos asturianos (55% del censo electoral) sintió la llamada de las urnas. La participación se redujo casi 11 puntos respecto a las elecciones autonómicas de mayo de 2011. En números redondos, 100.000 asturianos más que en la anterior convocatoria expresaron su desencanto dejando de votar. A los que habría que sumar el 3% de votos en blanco o nulos, cuyo mensaje de rechazo es aún más nítido.

Avanza la desafección. Las razones que explican el avance de la abstención son evidentes: ni los protagonistas ni sus discursos han logrado enganchar a la audiencia asturiana. La desafección, una de las mayores amenazas que se ciernen sobre la cultura democrática, ha prendido en una tierra abonada por el desencanto provocado por tantos años de actores secundarios y relatos inconsistentes.

Tal vez ello explique también el éxito logrado diez meses antes por Francisco Álvarez-Cascos, un primer espada de la política nacional que convirtió su reaparición en un motivo para la esperanza. Muchos votantes quisieron ver en el ex vicepresidente el hombre fuerte que Asturias necesitaba para seguir consiguiendo fondos de Madrid, ya fuese en forma de infraestructuras o de recursos para conservar el Estado del bienestar. Pero la realidad y la ausencia de Presupuesto trocaron el sueño en pesadilla.

Asturias aporta a la mitología dos tipos de personajes: el trasgu y las xanas. El primero es un duende pequeño, de apariencia humana, que viste blusa y gorro colorados y que suele ser cojo o tener la mano izquierda agujereada. Su principal afición es molestar y gastar bromas pesadas a los habitantes de la casa, romper cacharros, asustar al ganado en las cuadras y hacer ruidos nocturnos por el desván.

El trasgu es un duende familiar del que resulta muy difícil deshacerse. A su manera, le gusta ayudar en las labores del hogar, y la única forma de librarse de él es encomendarle tareas imposibles, como llenar de agua un cesto de mimbre, lavar una piel de oveja negra hasta que se vuelva blanca o mandarle recoger un puñado de mijo esparcido por el suelo, cuyo grano es tan menudo que se cuela por el agujero que tiene en su mano izquierda.

Las xanas, por contrapartida, son espíritus de la Naturaleza con forma de mujer que custodian tesoros. Son muy bellas, delgadas, de pequeña estatura, con ojos verdes y una mirada que fascina. Tienen el cabello rubio y muy largo, que se sujetan con una cinta de perlas o de flores, y se visten con una túnica plateada. Además de tejer madejas de oro (Jomezana), poseen gallinas con polluelos de oro (Cudillero), hilos de oro sobre el agua (Limanes), tijeras de oro (Muros de Nalón) y otros muchos tesoros según el concejo. La leyenda reza que hacen ricas a las personas que las desencanten.

Hacia un nuevo relato. La política asturiana parece un relato plagado de trasgos, que se revuelven nerviosos cada vez que irrumpe en escena algún que otro troll, mientras que los votantes son cual xanas que esconden cada vez más el tesoro de su adhesión porque nadie es capaz de desencantarlos. Los primeros se limitan a cometer pequeñas travesuras, de forma desorganizada e individual en coherencia con su naturaleza, mientras que las segundas suspiran por un príncipe al que puedan entregar su afecto. Mantener entretenidos a los tragos sale cada vez más caro, al tiempo que el déficit de emociones hará que cada vez resulte más difícil y costoso desencantar a las xanas.

Ocurra lo que ocurra en la próxima sesión de investidura en la Junta General del Principado, los asturianos deseamos ser los protagonistas colectivos de una nueva historia. Los primeros narradores de la misma habrán de ser políticos capaces de construir un discurso de largo recorrido, inspirado en los valores de la solidaridad, el compromiso, el esfuerzo, la convivencia y el progreso.

Como la realidad siempre supera a la ficción, en este nuevo relato cabe incluso la posibilidad de que un trasgu enamorado de una xana (o, lo que es lo mismo, un ciudadano más enamorado de Asturias que de sí mismo) devuelva la ilusión a un Principado que, en caso contrario, corre el riesgo de convertir en mito la leyenda de su espíritu emprendedor y combativo.