Los asturianos asistimos a una negociación entre los partidos para cumplir con el encargo de formar Gobierno, que, a pesar de producirse en una situación excepcional, se va desarrollando con pocas variaciones respecto a la pauta acostumbrada. No debe extrañar que estemos algo desconcertados. El PSOE ha tomado cierta ventaja. Y es lógico que sea así. Lo autoriza a ello el resultado electoral, su disposición clara para realizar tal cometido y un contexto político en principio favorable a su propósito. Foro, el segundo partido, define su estrategia con el hermetismo que le caracteriza, mientras aguarda el momento más propicio para ponerla en práctica. Es consciente de lo mucho que se juega. Verse apartado del poder sería algo así como asomarse al abismo. La oportunidad de revivir una competencia tan cerrada entre derechas e izquierdas mantiene el proceso en tensión, aunque sin diálogo entre políticos y ciudadanos.

La sorpresa, por ahora, viene de las reticencias de IU y UPyD, a los que bien podría unirse en la misma actitud el PP. La noche electoral cosecharon un gran éxito, que proclamaron a los cuatro vientos. Tenían motivos para sentirse satisfechos, pues fueron los únicos que recibieron más votos que en las elecciones anteriores y aumentaron su fuerza parlamentaria. Cabía esperar que intentaran aprovechar la oportunidad para colmar sus aspiraciones particulares y colectivas, y se supone que no hay mejor manera de hacerlo que gobernando. Sin embargo, desde los primeros compases de la negociación se muestran reacios a participar en el nuevo Ejecutivo autonómico. Puede que a los asturianos les cueste comprender esa renuncia. Piensan, como la mayoría de los españoles, que la ambición suprema de los partidos es el ejercicio del poder. Y quizá tengan razón en que el poder, si no el único, es el objetivo principal de los partidos. Pero hay modos diversos de perseguirlo y detentarlo.

Los politólogos han descubierto al menos tres móviles que inducen a los partidos a camuflar su apetencia de poder bajo un rechazo a estar en el Gobierno. Uno es el temor a la división interna por discrepancias en torno a las políticas a aplicar o la estrategia política a seguir. Otro, las expectativas de crecimiento electoral o el miedo a perder votos por el desgaste que supone la acción de Gobierno. Y el tercero, la posibilidad de ejercer tanto o más poder desde fuera del Gobierno que formando parte de él. Los tres se están dejando ver en distinta proporción en el comportamiento que los partidos menos votados están teniendo desde el día de las elecciones.

Y, más aún, hay tres circunstancias que podrían contribuir a disuadirlos de una implicación total en el futuro Gobierno. En primer lugar, saben que el Gabinete entrante deberá ser muy austero en el gasto y no dispondrá de recursos abundantes para poner en marcha políticas de gran rendimiento electoral. Además, casi la mitad de los electores se desentendió de las elecciones, lo que se traduce en una menor presión sobre los partidos a la hora de asumir las máximas responsabilidades. Repárese, por último, en que esta legislatura se ha visto reducida a poco más de la mitad, de manera que los partidos tienden a tomar sus decisiones con la agenda y la calculadora electoral a mano.

Los partidos gozan de autonomía para establecer sus objetivos y fijar el rumbo que más les convenga para alcanzarlos. Faltaría más. El problema es que el uso libre de esas capacidades puede dar el resultado de un Gobierno en minoría y, por tanto, vulnerable y expuesto a las tiranteces que se adivinan en la política regional. Ese Gobierno no podría ofrecer la seguridad y la confianza que la situación de Asturias demanda. Los partidos no deberían jugar con esto. El apoyo parlamentario tiene la misma eficacia, incluso más, que la presencia en el Gobierno sólo si es un compromiso en firme y permanente. En uno de sus textos, Sartori esgrime el sentido común para advertir que un gobierno puede ser estable, pero malo, y viceversa. Es cierto que la eficacia de un gobierno no depende sólo de su duración, sino de las cualidades de sus miembros y de otros factores. Pero Sartori, al hacer aquella afirmación, no estaba pensando en Asturias.