La frase «escribir, para el escritor, es como respirar» significa que se trata de una necesidad. Sin embargo describe también su función, pues el escritor aspira y espira, a un ritmo preciso. Aspira, desde luego, escenas o sucesos de la realidad, pero, sobre todo, literatura. Incluso la misma realidad la aspira ya precocinada por la literatura, pues los hechos tienen para él sentido en la medida en que respondan al libreto general de aquella: la literatura es lo que les da el sentido. Esa inspiración pasa luego a través de los circuitos de su cuerpo: la sangre roja lleva el oxígeno a las células, y luego el subproducto de la combustión en ellas lo devuelve la sangre negra a los pulmones. Es entonces cuando espira, o sea, escribe. En cierto modo es un agente contaminante. Lo apreciamos como escritor si al abrir el difusor (el libro) nos hace toser. Si nos intoxica le damos el Nobel.