El futbolista y atleta avilesino Marcelino Vaquero, «Campanal II» (1932), relata en esta segunda entrega de sus «Memorias» episodios como los que le hicieron héroe de las «batallas» de Estambul y Oporto.

Calor y diarreas.

«Mi tío Guillermo Campanal se retiró en 1946, pero se reengancha al Sevilla como entrenador y quedó ya vinculado al club. Fue entrenador del Málaga, porque lo cedió el Sevilla, y era entrenador del Coria en 1948, cuando yo llegué a Sevilla, y luego, en 1950, cogió el primer equipo, cuando yo debuto. Él le había dicho a mi madre que mandará para allá a ver si me enderezaba, por lo travieso que yo era. Pero era curioso porque yo tenía un ideal en la vida: ser el mejor atléticamente, y aunque viví con todo el hampa de Avilés, de chavales traviesos, ni bebía ni fumaba. Hoy tengo ochenta años y sigo así. Nada más llegar a Sevilla lo pasé muy mal. No comía y nada más que bebía, por el calor. Cogía de todo: diarreas, problemas de garganta?, terrorífico. Iba de los 24 grados de Avilés y llego allí con 40 grados y más, un infierno. Fiché por el Coria, filial del Sevilla. Tenía sólo 16 años, pero se podía camuflar la cosa, porque para jugar como profesional había que tener 18. Me acuerdo de ir a los entrenamientos en septiembre y octubre, cuando todavía hacía mucho calor, con 36 grados a la sombra. Me ganaban corriendo y en todo, yo era el peor físicamente. Hacíamos carreras de 200 y 100 metros y yo era el último. No podía, no tenía fuerzas. Recuerdo que mi tío y yo cogíamos el tranvía para ir a Coria. Salíamos del puente de Triana y tardaba una hora en llegar, y yo iba rezando por la paliza que me iban a meter en el entrenamiento. Fue un calvario, pero cuando llegó el invierno ya ganaba a todos en velocidad y los breaba en todo. Pero hasta que llegó el invierno lo que yo quería era volverme a Avilés en el barco».

Dormir en los tablaos.

«No tenia sueldo, nada más que nos daban diez duros por ganar en casa y 20 por ganar fuera. El primer año viví en casa de mi tío y hay una anécdota muy curiosa. Cada quince días jugábamos fuera de casa, en San Fernando, en Cádiz, en Villaverde? Volvíamos en el día porque eran viajes cortos, pero de cara a mi tía, Anita, llegábamos al otro día porque mi tío aprovechaba esas noches para ir a los tablaos y, claro, yo era la coartada suya, porque en efecto no volvía a casa hasta el día siguiente, con él. Guillermo, que fue un extraordinario jugador, como persona era todavía mejor. Me quiso como a un hijo y le acompañaba por todos los tablaos, por La Alameda de Sevilla, pero me dormía en ellos, porque era un chaval o porque estaba cansado. Él tenía una simpatía tremenda, era un tío abierto y cariñoso y conocía a toda la farándula. Ahí conocí a Lola Flores y a Manolo Caracol, amigos míos después. Pero el caso es que yo me dormía detrás de los tablaos y entonces venía mi tío y me decía: "Vamos a otro sitio", e iba a ese otro lado y me dormía otra vez».

Cien metros en 10,8.

«Después de un año en el Coria, terminé con buenas facultades, pero todavía no podía ir al Sevilla por mis 17 años, así que me cedieron al Iliturgi de Andújar. Hice una temporada impresionante y jugaba partidos con el Sevilla, alguno internacional, como contra el Universidad Católica de Chile. A la vez fui a los Campeonatos de España del Frente de Juventudes y ya batía récords de salto con cerca de siete metros. Seguía practicando atletismo y cuando venía a Avilés por los veranos me metía otra vez en las pistas con los amigos, con Ramón Lastra, con Vicente «Parriolo» o con mi primo Manolo Campanal, hijo de una hermana de mi madre, que fue un gran atleta y llegó a ser campeón de España de decatlón. Los 10,8 segundos en cien metros los hice muchas veces, y en pista de ceniza. A los 18 años empezaba a bajar siempre de once segundos. Por eso nunca sabré lo que hubiera hecho en atletismo, porque nunca lo practiqué, sólo como entrenamiento de fútbol».

Juerga y entrenamiento.

«Y en Sevilla estuve en un ambiente terrorífico, pero no me perdí. Tenía compañeros que venían de pasar la madrugada de juerga y enlazaban con los entrenamientos, con los de tío Guillermo o, después, con Helenio Herrera. Yo me preguntaba: "¿Cómo pueden aguantar estos compañeros los entrenamientos después de no dormir en toda la noche?". Porque nos daban duro y Helenio Herrera, que era un entrenador moderno, nos metía unos entrenamientos durísimos. Y la respuesta es que con 20 o 22 años se puede con todo. Pero eso pasa factura. Por poner un ejemplo, ahí está un caso actual, Ronaldinho, que llevaba una buena vida en el Barcelona y estaba rindiendo, pero en el momento en que tienes 26 o 27 años pasa la factura y dejas de rendir. Y aquellos jugadores que aguantaban los entrenamientos viniendo de juerga, a los 27 años ya no estaban en el primer equipo».

Lucha libre en Estambul.

«En 1954 fui seleccionado para el Mundial de Suiza. En el Bernabeu ganamos 4-1 a Turquía, pero perdimos 1-0 en aquella batalla campal de Estambul. En mi vida, en la historia, vi un partido tan duro, salvo el Oporto-Sevilla, del que luego hablaré. En Estambul cayeron lesionado seis o siete de los nuestros. En la selección de aquella época solían estar Kubala, Puchades, Basora, Argila, Lesmes, Segarra, Bosch, Venancio, Pasieguito, Gaínza?. Yo en aquel partido hice lucha libre, al igual que hacían los jugadores turcos. No me arrugué, ellos dieron y yo también. En cada córner caían al suelo cuatro o cinco de los nuestros. Acabamos con cinco o seis lesionados, así que para el desempate a los tres días en Roma (nosotros habíamos ganado un partido y ellos el otro) hubo que llamar a jugadores a España y me acuerdo que uno de los que vino fue Escudero, del Atlético de Madrid, y creo que Gaínza. Antes del partido en Roma llegó un telegrama de la FIFA que no dejaba jugar a Kubala por un lío con su ficha. Aquello fue una maniobra de los turcos, algo raro hubo ahí, o sea que podía haber jugado perfectamente. Después de la prórroga estábamos 2-2 y llegó una cosa tan poco deportiva: un "bambino", un niño, Franco Gemma, con los ojos vendados, sacó una papeleta de un sombrero y el partido fue para Turquía. Pero insisto en que como el de Estambul, donde todo valía, no hay partido internacional que yo haya jugado o visto (veo todos los internacionales por televisión) que haya sido tan duro. Jamás vi una tangana más grande y cuando hoy en día veo alguna pienso: "Bah, esto, de niños comparado con aquello". Volvimos a Madrid y a mí me sacaron en hombros en el aeropuerto de Barajas. Entonces no había televisión, pero Matías Prats, que era un fenómeno, había narrado aquello de la furia española. Fue en marzo de 1954 y me nombran después mejor futbolista del año. El ministro de Comercio me mandó la carta en la que decía que tras las encuestas de popularidad yo había obtenido el mayor número de votos, con el 14 por ciento, seguido de Kubala, con el 9, y de Zarra, con el 7 por ciento».

Heridos indemnizados.

«Y el partido Oporto-Sevilla, en 1960, fue peor que el de Estambul, porque acabó en pelea de todos los jugadores contra mí. Uno del Oporto, Teixeira, le hizo una agresión a mi compañero Romero, que cayó al suelo sangrando y con la nariz rota. Y era un partido amistoso. Fui a por el portugués y le pegué un cepillazo que lo dejó K.O. Entonces es cuando veo a todo el Oporto venir encima de mí. Los jugadores del Sevilla, como eran jovencitos, se fueron todos a la caseta y quedé yo allí, como rodeado por los indios, por una jauría. Corrí y los del Oporto detrás. Cogí el banderín del córner, que no era elástico sino como los de antes, de madera, y me puse al lado de la portería para que no me vinieran por detrás. Y golpe va y golpe viene. Caía y me levantaba como los gatos, tenía una agilidad terrible, pero hubo un momento en que me agoté de pegar. Entonces saltó la Policía y me brearon a toletazos, pero me salvaron la vida porque me sacaron de allí. Empezaba a saltar público al campo porque veían a los del Oporto sangrando por todas partes. Me metieron en la cárcel con todo el cuerpo lleno de magulladuras y fueron a verme el médico del Sevilla y el masajista, Manolito Pérez. Me curaron, pero esa noche no pude dormir de dolores. Estuve dos días en la cárcel, hasta que intervino el embajador de España y me sacó, pero hubo un juicio y el Sevilla me esperó. Estaban allí todos los jugadores del Oporto, vendados y con heridas y brechas, y fui condenado a indemnizarles con casi 300.000 pesetas, que pagó el club. Al volver a Sevilla me hicieron un homenaje en el parque de María Luisa, al que fueron centenares de personas».