Oviedo, María José IGLESIAS

El economista Macrino Suárez Menéndez (Luarca, 1936), de 76 años, hasta ayer el último miembro vivo del Gobierno de la II República Española en el exilio -presidido por el también asturiano, de Tineo, José Maldonado- falleció ayer en Oviedo. Un infarto acabó con la vida este luarqués, que vivió exiliado en París, mientras dormía la siesta en su domicilio ovetense, como cada día, tras comer en familia. Mañana, el tanatorio de Los Arenales, en Oviedo, acogerá un acto de despedida a las seis de la tarde. Tras ser incinerado, el viernes, las cenizas de Macrino Suárez serán trasladadas al panteón familiar de Luarca.

Fue la asistenta de la casa la que alrededor de las seis alertó a Raquel Madroñero, la esposa de Macrino Suárez, de que su marido no respiraba. Fue el doloroso final a 18 años de matrimonio, desde que se conocieron en una conferencia en Oviedo. «Yo no le conocía, me atrajeron muchas cosas de él, su historia personal, su integridad, su bonhomía y su brillantez intelectual», relataba ayer la viuda, aún casi sin poder asimilar la noticia.

Tampoco pasó por alto el gran sentido del honor del que Suárez hizo gala hasta el final. «Nunca quiso figurar, era una persona muy humilde», destacó Raquel Madroñero. La fatal noticia también alcanzó ayer al hijo de Macrino Suárez, que vive en París, fruto de un primer matrimonio del que el histórico socialista enviudó, y a la villa luarquesa, donde Suárez tenía a parte de su familia, entre ellos, un hermano.

Los médicos que le atendieron cuando ya había fallecido certificaron que la causa del deceso había sido con casi toda certeza un infarto. «Como todos los días, se llevó LA NUEVA ESPAÑA y se quedó dormido con el periódico sobre el pecho», explicó su viuda.

Macrino Suárez Menéndez, que estudió Económicas en Madrid y posteriormente se doctoró en la Universidad de París, trabajó en Francia como investigador del Centro Nacional de Investigaciones Científicas. En su parte política, Macrino Suárez fue ministro de Hacienda en el Gobierno en el exilio de la Segunda República, entre 1971 y 1977, cuando el también asturiano José Maldonado González era el presidente de la II República y el extremeño Fernando Valera Aparicio estaba al frente del Consejo de Ministros. En Francia también fue miembro de las delegaciones francesas para el desarrollo económico de México, Perú, Argelia y Burundi, así como autor de varios libros, artículos y ponencias presentadas en muchos congresos internacionales.

Suárez, que presidía la Asociación José Maldonado, fue secretario general del partido Acción Democrática Española. También ocupó la secretaría general del Consejo Federal Español, constituido en febrero de 1949 en París, y del Movimiento Europeo, organización internacional que se distingue por su defensa de los valores del europeísmo y de la construcción europea. Una vez jubilado, en el año 2005, se afincó en su Asturias natal, desplegando una gran actividad intelectual. Presidió el Ateneo Republicano de Asturias.

Precisamente en virtud de ese cargo, el pasado 7 de mayo pronunció una conferencia titulada «La República como instrumento de consolidación de una España democrática» en el Club LA NUEVA ESPAÑA de Gijón. Nada hacía presagiar un final tan repentino, ya que Suárez disfrutaba de buena salud.

Este economista deja como legado numerosos escritos, como confirmó ayer su esposa. Mantuvo hasta el final de su existencia una convencida defensa de la República. Decía que «la Monarquía, para ser creíble, necesita un apellido. Tiene que ser parlamentaria, constitucional. Etimológicamente significa el poder absoluto del rey, lo demás es jabón para dejarlo pasar. Sin embargo, la República no necesita adjetivo». Pensaba que, como a la palabra democracia, cuando se les añade un apellido, se las desnaturaliza. «Como cuando con Franco se hablaba de democracia orgánica, o democracia popular con los comunistas. O cuando se habla de República islámica o popular. Eso indica que ya no es la República, es decir, que los representantes públicos son elegidos por el pueblo, sino que también es un modo de gobernación muy distinto».