Oviedo,

M. J. IGLESIAS / J. MORÁN

Macrino Suárez Méndez (Luarca, 1936), economista y último ministro del Gobierno de la II República española en el exilio parisino, bajo la Presidencia del asturiano José Maldonado, recibió ayer un adiós republicano» en el tanatorio de Los Arenales, tras su fallecimiento el pasado martes en Oviedo. Sus amigos Luis Arias Argüelles-Meres, Plácido Menéndez Arango y Francisco Prendes glosaron su figura y le presentaron como un hombre honesto e íntegro. Su mujer, Raquel Madroñero, y el resto de la familia agradecieron las palabras pero prefirieron callar, desbordados por la emoción. Los asistentes -entre ellos, el eurodiputado del PSOE Antonio Masip, el pintor Manuel Linares, el secretario general de UGT, Justo Rodríguez Braga, y el ex concejal del PCE Celso Miranda- aplaudieron al final del acto, que cerró el himno de Riego. En junio de 2010 Suárez dictó sus memorias a LA NUEVA ESPAÑA, en las que desgranó su experiencia política en el exilio y sus ideas para el futuro de España, a la que soñaba republicana. Los puntos destacados se ofrecen a continuación.

l El ejemplo de Maldonado. «Maldonado había sido ministro de Justicia en el exilio (1947-1951), y después volvería a serlo de Justicia e Información (1962-1969); y en 1970 sustituyó a Jiménez de Asúa como presidente de la República. Cuando yo le conozco, don José estaba entregado a crear un partido nuevo, con la tradición republicana de siempre, pero adaptado a la nueva sociedad española; por eso estaba interesado en los jóvenes y yo fui uno de los que convenció. Maldonado era realista: la sociedad española en 1958 tenía muy poco que ver con la que ellos dejaron, tanto por la pirámide de edades como por la estructura económica y social. Su idea era un partido de síntesis de laborismo y liberales, o de republicanismo y socialismo. Delante de mí habló de ello alguna vez con Llopis, pero éste lo veía muy difícil. Llopis y el PSOE del exilio eran reticentes con los jóvenes del interior».

l Del oro de Moscú, nada. «Aprendí francés y me convalidaron los estudios de España, así que comencé el doctorado y entré en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia, en París, y allí he estado hasta la jubilación, en 2005. Había diversos laboratorios y estuve en uno de ellos, con la suerte de tener de director a uno de los grandes economistas franceses, François Perroux. Cuando Maldonado fue nombrado presidente escogió a Fernando Valera como jefe de Gobierno. Su predecesor, Sánchez Albornoz, le sugirió que abriese el Gobierno a gente que no hubiera conocido la guerra, a las nuevas generaciones, que se entenderían mejor con el interior de España. Ahí entramos varios jóvenes. Tuve la cartera de Economía, porque la de Hacienda ya no existía. El Gobierno de la República no tenía Hacienda. Alguna vez me han dicho lo del "oro de Moscú" y yo he respondido: "¡Qué pena que no hubiéramos vivido del oro de Moscú!". Todos trabajábamos; éramos profesores o profesionales, y cuando me proponen la cartera les dije que tenía que pedir autorización en el CNRS porque tendría que ausentarme del trabajo, ya que había Consejo de Ministros una vez por semana. Hablé con Perroux y me dijo: "Para nosotros es un honor tener en el laboratorio a un ministro del Gobierno español en el exilio"».

l Legitimidad republicana. «El Gobierno en el exilio mantenía la legitimidad republicana frente a la de don Juan, el conde de Barcelona, que seguía con su legitimidad, entre comillas, en Estoril. El Gobierno de la República, desde el reconocimiento de Franco por Naciones Unidas, no tenía ese objetivo que tuvo al principio, cuando se hablaba del "Gobierno de la esperanza", que volvería a España. Nos manteníamos como la expresión de la soberanía del pueblo español, que se prolongaba mientras existiese Franco, pero no como decía la propaganda del interior en contra nuestra; nunca vi a Maldonado con ambición de venir a España para ser presidente de la República. El Gobierno en el exilio era el depositario de la soberanía de los españoles a través de las Cortes que estaban en el exilio. Los diputados que vivían se reunían cuando había necesidad o votaban por correo. Se habían reunido al comienzo del exilio en México para reconstituir las Cortes y las instituciones. México les cedió un palacete con extraterritorialidad y luego el Gobierno fue a París».

l La disolución. «El Gobierno de la República en el exilio se disolvió al día siguiente de las elecciones de junio de 1977. Ese día tuvimos Consejo de Ministros y el jefe de Gobierno, Valera, era partidario de seguir, pero Maldonado y yo queríamos la disolución. La discusión era porque en esas elecciones se había prohibido la participación de los partidos republicanos: Ezquerra Republicana y Acción Republicana Democrática Española (ARDE), el partido de Maldonado. A ambos nos legalizaron después. Pero nos disolvimos porque, a pesar de eso, las elecciones expresaban la voluntad de la mayoría de los españoles. Esto quiere decir que no teníamos la intención de volver a Madrid y reclamar la restauración de la República. Otra cosa es que los partidos republicanos, o los socialistas, o los demócrata-cristianos del interior habían alcanzado un pacto para crear un Gobierno provisional en España, un Gobierno que convocase elecciones constituyentes y al mismo tiempo se votase la forma de Estado. Pero no fue así».

l República monopolizada. «En suma, hay problemas que esta Constitución y esta democracia monárquica no resuelven y lo que hay que hacer es presionar poco a poco. Todo lo que se consiga para mejorar la Constitución es un paso más hacia la república. Pero en este país hay tanta propaganda de la derecha y de las clases oligárquicas que se asimila el concepto de república a la República de 1931 y a la guerra de 1936. No, señor; cuando yo hablo de Juan Carlos I no me estoy refiriendo a la monarquía de Fernando VII u otros reyes desgraciados. Acompañé a Maldonado cuando regresó a Oviedo, en 1977. Viajamos desde Madrid en tren y junto a nosotros iba una señora de edad, con una caja redonda, de un sombrero. Cuando llegamos a la estación, vio que estaba llena de banderas republicanas, y dijo: "¡Ay, la revolución!". Y la señora saltó por el otro lado, a la vía, que si hubiera pasado otro tren la mata. Maldonado le dijo a un periodista de izquierdas que ésa no era la república que él quería. Es el problema que hay ahora: que la bandera republicana y la forma de Estado de la república están monopolizadas por movimientos revolucionarios».