«Si gano, iré a donde sea; si pierdo, iré a mi casa». Estas palabras, pronunciadas por Javier Fernández en 2000, cuando decidió bajar a la arena política para disputar por primera vez la secretaría general de la Federación Socialista Asturiana, adquieren plena vigencia ahora, cuando se prepara para afrontar el Pleno de investidura del que saldrá como el octavo presidente del Principado sólo un año después del peor resultado cosechado por los socialistas asturianos en unas elecciones autonómicas. En los últimos doce meses ha tenido que templar ánimos de puertas adentro, apoyar como nunca antes en un congreso federal a Alfredo Pérez Rubalcaba y, entre medias, lidiar con otras dos campañas electorales. Un año de vértigo para este mierense del barrio de Requejo que, lejos de irse a su casa, da vueltas en estos momentos al Gobierno que deberá sacar al Principado del atolladero en el que se encuentra, aviso de intervención de Hacienda incluido.

Tanta campaña electoral en tan poco tiempo ha acabado por hacer un poco más cercano al Javier Fernández político, que guarda, como pocos, su vida privada. Una vida estrechamente ligada a los tiempos difíciles y siniestros que siguieron a la Guerra Civil. Y es que la casa en la que nació en 1948 el que será nuevo presidente del Principado era vigilada día y noche por la brigadilla que buscaba a su padrino, Arístides Llaneza, hijo del fundador del sindicato minero SOMA, Manuel Llaneza. También sus padres padecieron en primera persona el régimen franquista. El padre, Manuel Fernández, llegó a estar internado en el campo de concentración de Figueras (Castropol) y su madre, Lucita Fernández, quedó huérfana de muy niña, tras ver cómo sacaban de «paseo» a su padre.

Javier Fernández profesa auténtica devoción por sus padres, de los que mamó, además de compromiso político, origen humilde y la necesidad de forjarse una sólida formación académica. De sus viajes de infancia y adolescencia a Francia, para ver a sus tías, en el exilio, se traía cada verano el contraste de la libertad y la aspiración a un país más abierto, menos gris. A su madre, Lucita, la ve día sí, día también, en Gijón, adonde llegó la familia en 1971, porque su padre, maestro industrial de Fábrica de Mieres, fue trasladado, como tantos otros, a las instalaciones de Uninsa en Veriña. Manuel Fernández murió aproximadamente un año después de que su hijo fuera elegido secretario general de los socialistas asturianos. Todavía recuerdan algunos el disgusto que se llevó Javier Fernández cuando en un acto interno del partido alguien, por despiste, se llevó un paraguas que tenía como recuerdo de su padre, y también se acuerdan de los esfuerzos de María Luisa Carcedo por tratar de localizarlo.

Hijo único y padre de hija única, una médica que trabaja en la sanidad pública, fruto de su matrimonio con Carmen Fernández Blanco, a la que conoció de chaval en Mieres, mucho antes de que se decidiera a estudiar en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Minas de Oviedo y de que su novia se decantase por Filosofía y Letras. A la mujer, profesora en la enseñanza pública, no se la ha visto en ningún acto político, de la hija todavía está en la retina el intenso abrazo que se dieron la noche del pasado 25 de marzo, cuando Javier Fernández logró la victoria en las elecciones autonómicas y recuperó para el PSOE la hegemonía política en Asturias.

¿Y cómo es Javier Fernández más allá del escenario de la política? Pues, dicen, que muy cercano y cariñoso, características que relacionan con su intensa y estrecha relación familiar, aunque a primera vista pueda parecer serio, alejado y hasta tímido. En el trato corto gana. Su sentido del humor, también. Ésa fue la impresión que se llevaron en esta precampaña electoral asturianos de distintos ámbitos que lo pudieron conocer y hasta entablar animada conversación, más allá de las rigideces que impone un acto de partido. Le vieron ganas y convencimiento de ser un presidente, seguramente atípico para lo que se estila en estos tiempos, en los que la política cotiza a la baja.

¿Por qué es un presidente atípico? Este funcionario, inspector de Minas, no llegó a la política tras una trayectoria calculada, por mucho que estuviera sobrado de pedigrí socialista. Más bien fueron a buscarlo, primero para ser diputado, luego para optar a la secretaría general de la FSA y más tarde para relevar a Vicente Álvarez Areces como candidato socialista al Principado. Afirman, incluso contendientes políticos, que Javier Fernández es de fiar. «Si adquiere un compromiso, lo cumple», aseguran. Está curtido en superar dificultades. Vio de cerca el «Petromocho», período en el que era director general de Minería, le tocó pacificar el socialismo asturiano tras su más cruenta batalla, con Cajastur de por medio, e integrar una Federación Socialista Asturiana dividida entre «familias» que, de entrada, recelaban de su apego a las cuencas mineras y de la influencia que pudiera tener sobre él José Ángel Fernández Villa, líder del sindicato minero SOMA y «hombre fuerte» del socialismo asturiano en los años noventa del siglo XX, o Luis Martínez Noval, el ex ministro ovetense por el que Javier Fernández siente admiración y al que considera un referente del socialismo asturiano. Aunque entonces algunos compañeros de partido, sobre todo renovadores, ponían en duda su capacidad de sobreponerse a tamaña influencia, Javier Fernández lleva doce años a las riendas del socialismo asturiano, con aciertos y errores. Lejos de ser engullido por el «tsunami» que llevó por delante al mismísimo José Luis Rodríguez Zapatero, el líder de la FSA ha resistido como referencia del socialismo periférico español. Y el sábado se convertirá en presidente de una de las tres autonomías que el PSOE conserva en España tras los descalabros electorales de 2011. ¿Y cómo será el Javier Fernández presidente? Muy distinto a los dirigentes que han estado al frente de Asturias en los últimos lustros, coinciden quienes han compartido tardes de ejecutiva con él en los últimos años. «Es muy ingeniero, cartesiano, muy conciso, no le gustan las florituras. Cuando habla da su mensaje, pero no le gusta enrollarse». Aventuran algunos que su estilo de Presidencia será similar al de Pedro de Silva, quien por cierto lo respaldó cuando optó a la secretaría de la FSA.

Javier Fernández, apasionado del tenis, está acostumbrado a restar, por difícil que sea el golpe. Tras su reelección al frente de la FSA, en 2008, no tardó ni semanas en decidir, en pleno verano, la conveniencia de buscar un pacto con IU tras la prórroga presupuestaria, para evitar presumibles acercamientos del Gobierno arecista al PP. Y en 2010, cuando ya era un secreto a voces que daría el relevo a Areces como candidato del PSOE al Principado, decidió emplearse a fondo para zanjar, de una vez por todas, el debate sobre la incineradora. Después de comprobar la imposibilidad de llegar a un acuerdo con IU, Javier Fernández movió pieza con el principal partido de la oposición, el PP. Tras una reunión «a cuatro» en la Delegación del Gobierno, con Antonio Trevín como anfitrión, Javier Fernández, Ovidio Sánchez y Gabino de Lorenzo, por entonces alcalde de Oviedo, el proyecto de la incineradora echó a andar hasta ser paralizado por el Ejecutivo de Foro.

La Presidencia del Principado le quitará tiempo de lectura, otra de sus pasiones, que se remonta a sus años de adolescencia, y le impedirá ver algún partido del Real Madrid, siempre motivo de conversación con Alfredo Pérez Rubalcaba o de chanza con el «culé» Fernando Lastra. Pero ésa es otra historia.