Nadie quería la convocatoria anticipada de elecciones y, vistos los resultados, el que la forzó, aunque no lo manifieste públicamente, debería estar arrepintiéndose a estas horas de ello. A Cascos, ahora con trece de los dieciséis diputados que tenía, después de haber perdido tres, le queda esperar que el PP lo apoye incondicionalmente como Presidente. Para los populares, esta disyuntiva supone, por un lado y si no cambian las cosas de modo radical, exponerse a respaldar al político que sólo piensa en destruirlos, y, por otro, si no hay un giro de 180 grados en el discurso litigante y demagógico contra Madrid del líder de Foro, convivir junto a un enemigo irreconciliable de Mariano Rajoy, que hará lo posible por tensar la cuerda hasta hacer la convivencia inviable. También es verdad que a Cascos no le queda otra que buscar un encuentro con el Partido Popular si quiere mantenerse en el poder; la letanía en la oposición, ya la tiene, la sabemos, y se resume en el famoso PPSOE. Pero, como decía Andreotti, aquel intrigante y corrupto capo de la Democracia Cristiana italiana, si el Gobierno desgasta, todavía desgasta más no tenerlo aunque haya una coartada. Una vez más será pertinente preguntarse ¿a qué ha venido Cascos a Asturias?

Las elecciones de ayer, además de innecesarias y poco deseadas por los asturianos -la escasa participación así lo prueba-, han hecho muy poco por despejar el panorama incierto que se cierne sobre esta región y su inestabilidad política. Pueden servir, eso sí, para comprobar cómo un hombre, Cascos, tiene una vez más en su mano destruir las esperanzas de un electorado, el de la derecha, al que le sobran razones para dudar de que ahora pueda alcanzar con trece diputados los acuerdos para gobernar que no logró con dieciséis, cuando la posición sobre su viejo partido era más ventajosa y tras haber ganado las elecciones en escaños.

El ganador, en la actualidad, es el socialista Javier Fernández, que ya ha dicho esta vez que está dispuesto a gobernar. Probablemente por su triunfo inapelable y también por sentido de la responsabilidad al comprobar, tras haber renunciado a hacerlo en 2011, la parálisis institucional y de gestión sufrida por Asturias en todos estos meses.