La desorbitada abstención ha sido la gran ganadora de las elecciones pasadas, si es que la abstención puede significar un triunfo en democracia. Es posible que lo sea, de todos modos, si a quienes corresponde abandonan de una vez las frivolidades y hacen un análisis profundo de por qué se ha llegado a esta situación. Hace unos días Argüelles Meres publicó en estas páginas un artículo muy puesto en razón sobre los pocos motivos que había para votar a cualquiera da los partidos que presentaban listas. En cualquier caso, el gran perdedor vuelve a ser el PP, que en las elecciones generales ha ganado prácticamente en toda España y ahora ha vuelto a perder en casi toda Asturias.

El problema del PP es que se trata de un partido endogámico, de manera que es natural que le voten sólo sus afiliados, pues nunca miró el resto ni considera a quienes pueden coincidir con algunos de sus principios programáticos, a diferencia de la izquierda, que tiene por norma mimar a este tipo de electores. Tampoco parece que tenga ganas de gobernar, en la línea de la derecha más rancia, que siempre despreció a la actividad política, contentándose en Asturias con ocupar el mismo espacio con relación al PSOE que el PAN ocupaba en México respecto al PHI: a ser el «sparring» pagado con algunos asientos en el Parlamento. Deben de tener miedo a que los socialistas se enfaden si ganan o a que los consideren «políticamente incorrectos», porque si no, no se explica que cuando tienen posibilidades de gobernar renuncien a hacerlo de las maneras más grotescas. En anterior ocasión, el señor Cascos impidió que gobernara la derecha poniéndole la zancadilla a Marqués; ahora la derecha le ha puesto la zancadilla a Cascos, aliándose a los socialistas para forzarle a unas elecciones en las que no se ha aclarado gran cosa, salvo que la derecha vea las orejas al lobo, se deje de personalismos y rencillas ridículas y asuma su responsabilidad de una vez. Pues algo que resulta incomprensible fuera de Asturias es que dos partidos de derechas, sin diferencias programáticas, se sigan tirando los trastos a la cabeza.

La penuria intelectual y política de Mercedes Fernández sólo ha sido más soportable que la de la anterior candidata porque tiene mejores formas. Pero resulta desolador y hasta degradante lo poquísimo que significa Asturias en el conjunto de España. No sólo las elecciones asturianas se han contemplado como muy secundarias con respecto a las de Andalucía, sino que en una cadena televisiva muy de derechas uno de los contertulios se refirió de pasada a «la candidata Espinosa» (sic), y todos se quedaron tan panchos. Aquellos señores del PP de Madrid no sabían que su candidata para Asturias era Mercedes Fernández, «Cherines» para los amigos, como ella dice.