Están por llegar las horas más exigentes a la inestable política asturiana. Pero mientras eso sucede que nadie se engañe, Cascos no ha dejado abierta la puerta al diálogo con el Partido Popular para formar esta vez el gobierno de concentración de la derecha que en la anterior tentativa desbarató aun contando con mayor respaldo electoral. Lo que le está diciendo el líder de la nueva derechona a su viejo partido, recogido con literalidad, es que esta vez no vale con la abstención. Cascos exige implícitamente un apoyo a cambio de nada en una hipotética investidura y así va masticando la siguiente fase de su plan fagocitador. Si lo que intenta es simplemente imponer al PP sus condiciones, como ya hizo la primera vez, lo que a los populares les quedará es la salida de volver a insistir en que con Cascos no hay quien se entienda y presentar a su propia candidata. Entonces, que cada cual vote a los suyos.

Ahora bien, a la espera de ese diputado que ha quedado colgando y que podría caerle al PSOE gracias al voto de la emigración, Javier Fernández no tendría que estar preocupado de ser cierto lo que Cascos y su mariachi han pregonado todo este tiempo, dado que el famoso PPSOE sumaría veintiséis. Pero claro, lo del PPSOE, como ha quedado probado en la primera parte de este partido, es una patraña digna de indigentes intelectuales que no tiene mayor explicación que su ausencia de fundamento. ¿Por qué no le preguntan por el PPSOE a Santiago Martínez Argüelles, que, tras ser el candidato más votado a la Alcaldía en Gijón, tuvo que dejarle paso a la forista Carmen Moriyón apoyada por los populares? Si hubiera existido una alianza real entre socialistas y el PP en contra de Cascos, Foro no tendría la Alcaldía gijonesa y otras cuantas más, y tampoco habría formado Gobierno en el Principado.

Veremos hasta dónde llega la capacidad de maniobra del ex ministro tras la primera oportunidad perdida. Y hasta dónde está dispuesto a aguantarle el pulso el Partido Popular. Comprobaremos también si Cascos, que, cuando le convenía, dijo que debería gobernar el ganador, mantiene ahora la figura ante los hechos. Si se conforma con urdir desde la oposición o se aferra a la poltrona confirmando que no ha quemado sus naves en vano para volver a Asturias y librar la penúltima y encarnizada batalla de su turbulenta existencia.