Gregorio Peces-Barba era hombre de grandes convicciones. Creía en la misión de la Universidad con la orientación de la Institución Libre de Enseñanza, cuya filosofía quiso siempre cultivar en la suya, la Universidad Carlos III de Madrid; creía en la democracia y los derechos humanos, creía en la libertad de expresión y las claves para entenderla desde realidades tan alejadas a las que contempló Stuart Mill. Y, por todo ello, creía en la importancia del Periodismo y una buena formación para ejercerlo.

Un pensador como él, siempre leal a las directrices de su referente pedagógico, Francisco Giner de los Ríos, no podía dejar de considerar a la Universidad un espacio cuya excelencia se mide por el resultado en la formación humana del saber, sin dogmas; del respeto, sin cortapisas. El Periodismo, decía Gregorio, requiere de muchos saberes, se asienta en mucho respeto. Hay que formar a ese profesional, por consiguiente.

Un pensador como él supo pronto que no podía dejarse arrastrar por quienes, en nombre de los nuevos dogmas tecnológicos, minusvaloran una profesión, el Periodismo, que da asiento a la democracia; ni por quienes lo retrotraen a épocas pretéritas al amparo de los actuales, potentes y sofisticados recursos que posibilitan la circulación masiva de toda suerte de información en formato estándar o multimedia, sin interrupción ni intermediarios.

Lo decía así: «La importancia de los medios técnicos ha convulsionado el punto central a proteger, y lo ha transferido desde el fin u objetivo humano perseguido, la expresión y la opinión, hasta los medios utilizados», el cauce, venía a decir, no puede suplantar a lo que fluye. En nombre de la libertad de expresión y ante el altar de las grandes tecnologías, se oculta la manipulación y la orientación interesada de la opinión pública.

Pocos expertos han recomendado, como él lo hacía ya en 1995, revisar la teoría de la libertad de expresión a la luz de los nuevos y todopoderosos resortes que posibilitan a la par la comunicación y la distorsión de lo comunicado.

Peces-Barba, convencido de la importancia del Periodismo, no tardó en crear los estudios que posibilitaran la formación adecuada, partiendo de aquella convicción de Max Weber (1919), según la cual el «sentido de la responsabilidad del periodista honrado en nada le cede al de cualquier otro intelectual».

Por eso, respetó tanto la labor de los periodistas, los trató como a iguales, alentó y mimó su formación, criticó, con su proverbial espíritu constructivo, sus fallos, y ayudó, con esa cercana y atrevida sinceridad sin tapujos, que sólo unos pocos pueden permitirse, a subsanarlos.

Miró de frente a su tiempo, y al tiempo por venir, sin prejuicios. Y llamó siempre al pan pan, y al vino vino con la sabiduría del intelectual con arrestos. Un auténtico maestro, además de un hombre definitivamente bueno.

Honrado, bondadoso, cercano, comprometido, honorable... Un ser humano irrepetible.