José Carlos García-Ramos Martínez (Gijón, 1945) es el creador y director científico del Museo Jurásico de Asturias (Muja), que contiene la tercera mejor colección de huellas de dinosaurios del mundo.

Nació en Gijón pero creció en Sama y estudio en Oviedo. Su vocación geológica comenzó a los 7 años. El acantilado de la playa de La Griega (Colunga), la de las vacaciones de su infancia, organizó su vida. Empezó yendo allí a pescar con su padre, encontró las primeras huellas de dinosaurio halladas en Asturias y sobre ellas se ha levantado el museo en la rasa de San Telmo. Está dos veces casado y tiene un hijo.

-Cuando habló de dinosaurios en Asturias a sus amigos, se troncharon. No había bibliografía ni huellas en España, ¿no era un poco «friki» a lo que usted se estaba dedicando?

-Era un tema ajeno a todos en mi entorno. Empecé a leer lo que había, la mayoría en inglés, de profesores británicos y estadounidenses, comunicaciones serias y obras de divulgación. Quería hacer una reconstrucción del paisaje jurásico, a partir de las piedras fluviales y de las marinas y de los fósiles de un tipo y de otro. Casi a la vez que la publicación del artículo en «Asturnatura» hicimos una filmación de las huellas de Tazones, en blanco y negro, con una cámara de cine y un trípode que pesaban enormemente y que ayudamos a transportar desde el puerto de Tazones hasta donde están las huellas, casi un kilómetro de acantilado. Lo filmó José Luis Montes, que es primo mío, y me entrevistó una reportera del Centro Territorial de TVE en Asturias. Salgo con pantalones de campana en el acantilado.

-¿Cómo fue su carrera académica?

-Saqué la plaza de titular, adjunto se llamaba en 1980. En eso quedé porque soy enemigo de competir. A partir de ahí no seguí ninguna pauta hacia la cátedra, ni cogí ningún cargo y me ofrecieron ser director de departamento y decano. Me quemaría mucho y no me iba a gustar ni iba a durar mucho. Sólo fui director de la revista de la Facultad de Geología.

-Tenía 32 años cuando sacó la plaza.

-Me había casado un poco antes. Tuve a mi hijo en 1980. Luego nos separamos. Me volví a casar por lo civil en el Ayuntamiento de Colunga en 2005. Ni mi mujer, Laura Piñuela, a la que conocí en 1995, ni yo somos creyentes. En la carrera, los Maristas me animaron a que me hiciera de su orden pero dije que no me gustaba. Precisamente a lo largo de la carrera abandoné las creencias religiosas. Soy muy tolerante con todas las religiones y creo que es bueno que la gente crea, que es un agarre, pero no puedo ir contra mis creencias.

-¿Sus creencias científicas?

-En Geología he visto la evolución y es una cosa que puede funcionar perfectamente sin ningún ser superior, sin gestor. No creo que haya nada más allá de nosotros. Se acabó y se acabó. En algunos creyentes hay un agarre que, a veces, es algo egoísta: «Lo estoy pasando muy mal, pero tengo invertido en el más allá y voy a ser de los primeros». Admiro mucho a los misioneros porque ayudan a los que lo pasan muy mal, pero no a los que quedan en el convento rezando, que me parece muy bien que hagan lo que quieran pero lo considero una pérdida de tiempo lamentable. Mi hijo tampoco es creyente. Estudió en un colegio de curas y alguna vez lo llevé a misa pensando «ya cambiará él más adelante, si hace falta».

-Ya que saca el tema. ¿Fue un padre presente en su educación?, ¿qué tal relación tiene con él?

-Sí estuve y nuestra relación es muy buena. Vive en Oviedo, trabaja en una empresa de eventos, me llama casi todos los días y está muy encima de mí? si tengo que ir al médico, me acompaña.

-¿Cómo logró que se hiciera el Museo del Jurásico?

-Tengo una vocación enorme. Doy prioridad a mi trabajo -incluso sábados y domingos- porque para mí es una diversión. Busco, leo continuamente y me emociono con cada hallazgo. Eso hizo posible el Museo del Jurásico de Asturias, que costó nueve años de conversaciones con los políticos.

-¿Desde cuándo?

-En 1995 fue mi primera conversación con Victoria Rodríguez Escudero, consejera de Cultura en el recién llegado Gobierno de Sergio Marqués. No me consiguió una entrevista con el Presidente hasta 1996. Me dijeron que un museo no era posible, pero sí un aula temática, les respondí que no y esperé. Varias veces estuve a punto de tirar la toalla y tengo que agradecerle a mi segunda mujer, Laura Piñuela, la ayuda que me dio en todo el proceso. Marqués dio la primera dotación, pequeña, insuficiente, y en su época fue el concurso de arquitectura. Cuando cambia un Gobierno no le gusta una idea que venga del anterior porque lo considera menos innovador. Yo había recorrido muchos museos y advertí de que éste sería el que tendría más visitantes, porque atrae a críos y mayores, y si lo pones en un sitio que haya turismo... Lo han visto más de un millón y cuarto de personas. El penúltimo miércoles de agosto, que es el día gratuito, hubo 4.800 visitantes.

-¿Los socialistas le creyeron?

-Conseguí cosas de gobiernos del PP, URAS y PSOE, pero salió adelante gracias a Javier Fernández Vallina, primer consejero de Cultura con Vicente Álvarez Areces, y a su directora general Ana Rodríguez Navarro. El museo ya se iba a hacer, pero él vio claro que era imprescindible que hubiera investigación, algo que yo defendía y para lo que ya le había pedido un espacio al arquitecto Rufino García Uribelarrea, tan razonable. El museo lo inauguraron Migoya y Madera.

-¿Cuándo empieza usted a recoger las huellas que forman la colección?

-En 1974, primero muy poco a poco. Cuando empiezo a salir con Laura, 20 años más tarde, empezamos a recoger material más a menudo para evitar que ese patrimonio se pierda porque se lo lleva el mar o lo tapan los desprendimientos del acantilado. Al principio las teníamos en la Facultad, donde nos dejaron un cuarto donde amontonarlas. Al lograr el museo pudimos meter todas las piezas y trabajar en un laboratorio. Fue un cambio radical.

-¿Cómo es el trabajo en el acantilado?

-Hacemos columnas estratigráficas, dibujando el espesor de los niveles de roca e interpretando, leyendo en las rocas, para reconstruir cuándo subió el nivel del mar, si se retiró o no.

-¿Cuánto va?

-Siempre que puedo, en semana o en fin de semana, dependiendo de las mareas y del tiempo. Cuando llueve no se puede ir porque hay desprendimientos y nosotros trabajamos justo debajo del acantilado. Dibujo, anoto, hago muchas fotos, tengo diapositivas desde 1972. Antes salía unos 120 días al año; ahora, 90. Los acantilados que he trabajado, los del Jurásico en Asturias, van desde Gijón -inmediatamente al este del Cabo Torres, que es muy anterior- hasta dos kilómetros al este de Ribadesella, hasta la playa de Arra. Son 62 kilómetros de costa. En el interior de Asturias no se ve el Jurásico por la cubierta vegetal. El día que no pueda bajar al acantilado mi vida habrá perdido muchísimo interés. Es lo fundamental de mi vida. Cada vez bajo con más cuidado porque ya no tengo la agilidad de antes y pierdo reflejos y no me da tiempo a echar las manos.

-¿Aún le da momentos emocionantes?

-Muchos, cada vez que encuentras algo nuevo, y eso es frecuente. La primera vez que encontramos huellas de un terosaurio o marcas de la piel de un dinosaurio, las primeras huellas de estegosaurio, un tipo muy poco frecuente en otras partes del mundo y aquí frecuente... Tenemos hallazgos únicos en calidad de conservación y número de huellas.

-¿Qué tal siente que le ha tratado la vida?

-Bien. He tenido la suerte de trabajar en lo que me ha gustado y, como no he sido una persona competitiva, lo he hecho en lo que he querido y no en lo que más me convenía. Así tuve mucha libertad para trabajar en lo que quise, que es lo que me gusta.