Si Javier Fernández mantiene con Alfredo Pérez Rubalcaba la estrecha relación de los últimos meses, que así es, cuentan desde las cercanías del presidente asturiano, el líder de los socialistas en el Principado habrá sido una de las pocas personas que conoce el análisis del secretario general después de las elecciones gallegas y vascas.

El batacazo del último fin de semana, la zozobra de los «Pachis», Vázquez y López, ha dejado mudo al secretario general, que sólo deslizó ayer en el Congreso de los Diputados su negativa a que el triunfo de Núñez Feijóo en Galicia sea un «cheque en blanco para Mariano Rajoy». Poco o mucho, según se mire, pero suficiente para saber que Rubalcaba, elegido secretario general en febrero después de un duro congreso contra Carme Chacón, no tiene pensando bajar los brazos por mucho que se le cuestione.

Tampoco el presidente del Principado variará su criterio al albur de unos resultados electorales. Javier Fernández, férreo apoyo del secretario general en el congreso de Sevilla, es ahora el punto de apoyo de Pérez Rubalcaba para recuperar la confianza perdida de los ciudadanos en el proyecto socialista. Es un líder emergente en el PSOE nacional. Hay motivos.

Patxi López, bienamado hijo político de Rubalcaba y señalado para futuras empresas de calado en el partido, ha quedado en una situación difícil tras la derrota en el País Vasco. Pero no le dejarán caer. Sus colaboradores ya avanzan la improbabilidad de que se le aparte hacia el Senado. No obstante, su recuperación para la causa llevará tiempo.

Mientras tanto, y a la espera de los comicios en Cataluña (25 de noviembre), que tampoco pintan demasiado bien para los socialistas, al PSOE no le quedan más que dos presidentes autonómicos. José Antonio Griñán, en Andalucía, y Javier Fernández, en Asturias. Y con esas piezas jugarán mientras diseñan la reconstrucción hacia las próximas autonómicas, para las que habrá que aguardar a 2015.

El balance del fin de semana deja muy tocados a dos líderes autonómicos y lastimado al secretario general, que ya diseña la reconquista. Griñán y Fernández, andaluz y asturiano, son los barones. El último cuerpo a cuerpo entre ambos aporta algunas claves. Javier Fernández puso firme a José Antonio Griñán en la conferencia de presidentes regionales, al inicio de este mes, a cuenta de la revisión del sistema de financiación autonómica. Lo que algunos, sobre todo populares, interpretaron como una escenificación fue, además de una defensa de la posición de Asturias en el reparto del dinero, una lucha de poder entre quienes están llamados a influir en el futuro inmediato del partido.

Otro asunto son los vaivenes andaluces respecto al liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba, una cuestión sobre la que Javier Fernández no tuvo ninguna duda en el congreso de Sevilla. El secretario general asturiano le apoyó sin fisuras y alejado de las ansias de poder. Si de algo no se puede acusar al presidente del Principado es de ambición desmedida. No la tuvo cuando pudo ser ministro de Industria en la segunda legislatura de Zapatero y tampoco a la hora de arropar a Rubalcaba frente a la pujante Carme Chacón. «No habría sido cabeza de lista en Asturias si su opción hubiera fallado», asegura uno de sus colaboradores sin dudar. «Lo tenía decidido», añade.

A favor de Javier Fernández también pesa el haber recuperado para el PSOE el Gobierno asturiano, aunque en minoría, en el peor momento del partido en España de las últimas décadas, sumido en el purgatorio de la oposición.

Al contrario, los críticos con Griñán en el último congreso socialista andaluz fueron quienes antes habían dado cobertura a Rubalcaba en el cónclave nacional, pero, por esas vueltas de la política, el secretario general se alineó después con su otrora enemigo, finalmente vencedor en Andalucía. En cualquier caso, nada que ver con la firmeza de Javier Fernández en el soporte a quien, ocho meses después, percibe las dudas que genera su liderazgo.

Pero más allá de la complicidad con el jefe, el líder asturiano ha fraguado buenas relaciones con otros secretarios generales de federaciones territoriales. Las referencias socialistas de Castilla y León, Extremadura, Aragón, Cantabria, Galicia y La Rioja, por citar los más significativos, están en sintonía con el ingeniero mierense, de quien aprecian su solidez y sentido común.

El jefe del Ejecutivo asturiano preside además el consejo territorial de los socialistas, un órgano de cohesión del PSOE del que se puso al frente el pasado febrero y de cuya convocatoria para antes de final de año advirtió el lunes Elena Valenciano, la «número tres» de Rubalcaba. Allí, el asturiano testará hasta dónde ha crecido su ascendencia sobre el partido.

Javier Fernández no es un político de ir al sprint. Igual que remendó lentamente los descosidos de la Federación Socialista Asturiana (FSA) y terminó con las tradicionales banderías internas (aunque en este momento tenga el patio revuelto), ahora se hace fuerte en la organización nacional.

Su estilo aplomado, de apariencia lenta, le hace más fondista que velocista, y le ayuda a pisar firme tratando de minimizar errores, huyendo de la fanfarria y lejos de eslóganes efectistas. Una discreción que le hace tender al ocultismo. Quizá por eso, fueron otros y no él quienes desvelaron en la pasada conferencia de presidentes autonómicos su enfrentamiento con José Antonio Griñán.

No sacó pecho hace veinte días tras una dura y larga batalla dialéctica (monopolizó junto al andaluz una hora y media de toma y daca) a cuenta del modelo de financiación. A la salida, Javier Fernández no dijo ni palabra. Dejó que fueran otros los que informasen del encontronazo, al que él mismo, cuando ya fue conocido, restó relevancia. Pero no fue así. Y por dos razones.

La primera, la inmediata: con su actuación, que no fue ni mucho menos secundaria, frenó, o al menos retrasó un año, las intenciones de un buen número de presidentes de afrontar en 2013 la revisión del modelo de financiación autonómica. Asturias saldría mal parada si perdiesen peso en el reparto criterios como la dispersión de la población, su envejecimiento y las dificultades orográficas frente a otros como el crecimiento demográfico, que era lo que defendía con fuerza Griñán y también con especial hincapié el presidente murciano, Luis Valcárcel (PP), junto al resto de las regiones del arco mediterráneo. Javier Fernández se enrocó y amenazó con no firmar el documento de la cumbre. Hasta Mariano Rajoy tuvo que poner paz entre ambos.

Y la segunda: el aura de líder que le procuró aquella actuación, en la que, por cierto, al tiempo que hablaba, encontraba el asentimiento de la aragonesa Luisa Fernanda Rudi (PP) y, sorprendentemente, del catalán Artur Mas (CiU), aunque éste por motivos muy distintos, pues lo que persigue es una revisión radical del sistema y que Cataluña gestione por sí misma los impuestos de sus ciudadanos, con un sistema foral similar al vasco y al navarro.

De esa reunión matinal en el Senado, a la que Javier Fernández llegó el primero, incluso antes de que amaneciera, toda una premonición de su ansia por dar ejemplo, salió fortalecido, igual que de los acontecimientos del pasado fin de semana, que le sitúan en el centro del debate sobre la regeneración del PSOE en España.