Oviedo, Ana Paz PAREDES

«Andar de día, que la noche es mía». Esa frase se atribuye, en Asturias, a los miembros de «La Güestia», procesión de almas en pena que se dejaba ver especialmente en la noche de Difuntos iluminando la oscuridad con tibias encendidas como velas y haciendo sonar una campanilla. Alberto Álvarez Peña, etnógrafo, estudioso de la cultura popular asturiana, escritor y dibujante, afirma que «la Güestia puede salir todo el año, pero, sin duda, cuando lo hace sin faltar a su cita es en la noche de Difuntos». «No hay que coger nada que ella te ofrezca ni mucho menos comer nada que te quiera dar. Son muchos los concejos asturianos donde se cuentas historias de encuentros con estos grupos, también llamados "la buena xente". Los que forman parte de la procesión llevan finxos que marcaban los límites de fincas, que en vida quitaron, para reponerlos en sus sitios originales», añade.

En plena efervescencia de la celebración de Halloween en España, aún perviven algunas manifestaciones que, mucho antes, se celebraban en Europea por la llamada fiesta de Samain o de cambio de estación, un rito pastoril que significaba el regreso a las cabañas de los rebaños que estaban en los puertos, además de ser el tiempo de encuentro con los espíritus de los familiares difuntos. Por ejemplo, en Irlanda se representaban las ánimas con un nabo grande en cuyo interior, vaciado, se ponía una vela encendida. En Estados Unidos, los mismos irlandeses que emigraron cambiaron el nabo por un calabaza, una tradición que Asturias ya celebraba desde hace siglos atrás y de la que hay numerosos ejemplos, narrados por autores como Constantino Cabal o Aurelio del Llano. «Desde siempre y por estas fechas era habitual poner ojos y boca a una calabaza en Asturias y, con una vela encendida dentro, colocarlas en cruces de caminos y en los huertos, con la finalidad de asustar a los vecinos», señala Álvarez Peña.

Así lo corrobora también el músico, estudioso de la cultura popular asturiana y colaborador de LA NUEVA ESPAÑA Aurelio Argel, quien afirma que «de esta tradición de colocar calabazas con velas iluminadas en los caminos, haciendo creer a los caminantes que allí estaba el propio diablo, se tiene constancia por ejemplo en el monte Tandión, en Villaviciosa, así como también había tradición de colocar tanto calabazas como nabos con velas ardiendo en áreas del valle de Turón, Salas y en pueblos del occidente asturiano».

Otra de las tradiciones de la noche de Difuntos, en que los niños van pidiendo dulces por las casas, también ha tenido siempre hondo arraigo en Asturias. Así, por ejemplo, recuerda Alberto Álvarez Peña que «en aquella noche los niños iban por las casas pidiendo pan, carne y vino, algo que hacían tanto los hijos de los ricos como de los pobres. También pedían dulces. En Santa Marina de Cuideiro los chavales se cubrían la cara con ceniza e iban pidiendo comida por las casas. La Iglesia terminó prohibiendo esta actividad así como tampoco se permitía comer el pan de ánimas en el cabildo de la Iglesia. La prohibición aparece en las constituciones sinodales del obispo Antonio de Guevara, quien en 1541, señalaba, entre otras cosas, que "por ser rito gentilicio y no cristiano ordenamos y mandamos que ningún rapaz ande puerta en puerta pidiendo comida ". Esto se refiere al banquete de difuntos», matiza este Peña.

Tradición era que llegada esta noche los familiares del difunto dejaran allí donde había sido enterrado éste un plato con su comida favorita. «Se tiene constancia de esta tradición en Villarraba de Villazón, en Salas, donde era habitual que los vecinos dejasen esa noche en el cementerio lo que más le gustase al difunto. De hecho, a principios del siglo XX, aún se hacía», afirma Álvarez Peña. También era muy importante, un día antes de la noche de Difuntos y, como recoge Constantino Cabal, «celebrar el magüestu de difuntos, en que se comían las castañas en el campo, a la vera de una hoguera, y al acabarse dejaban escondidas, bajo un tapín de hierba, unas cuantas castañas para las ánimas».

Otra tradición que destaca Aurelio Argel es «dejar en las puertas y ventanas de las casas una ramita de texu para que la recoja el muerto, o llevar esa rama de texu, el día de Difuntos, hasta su tumba, para que le ayude a regresar al lugar de donde vino. El texu simboliza y retrata el paso al otro mundo, representa la vida eterna por sus hojas perennes, pero también la muerte por sus frutos venenosos», destaca y recuerda también que, en esta noche y en algunos pueblos asturianos, como San Román de Argandenes, en Piloña, o en Castro, en Grandas de Salime, se dejaban en el exterior ferradas con agua para que las ánimas saciaran su sed, e incluso «un plato de comida en la mesa, el fuego encendido para que el difunto se calentara y hasta un lugar vacío en su propia cama, por si quiere descansar».