Arenas de Cabrales (Cabrales),

Ana Paz PAREDES

El Picu Urriellu, o Naranjo de Bulnes, no es sólo una montaña emblemática en la historia del montañismo mundial. También lo son, para todos los asturianos, las gestas de quienes lo coronaron, habitualmente destacadas y reconocidas como tales en numerosos trabajos escritos. Desde aquella primera ascensión en 1906, por la cara norte, de Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós -marqués de Villaviciosa de Asturias- y del pastor Gregorio Pérez «El Cainejo», natural del pueblo de Caín (León), muchos coronaron el mítico Urriellu. Pero seguramente sólo uno, Manuel Martínez, más conocido en Cabrales como «el tío Martínez», lo hizo tres veces en cuarenta y ocho horas. Una auténtica proeza.

«Era un paisano tranquilo y afable, iba siempre a lo suyo. Él, que subió el Urriellu tres veces en dos días, jamás lo comentaba en público», afirma sobre el tío Martínez Paulino Díaz, vecino de Arenas y gran conocedor y recuperador de la historia del concejo y del acontecer diario de sus gentes. «Era discreto. Me imagino la cara que pondría cuando junto a él, en Arenas, la gente hablaba del Naranjo y de las ascensiones sin saber que tenían junto a ellos a este hombre, que nunca se dio la más mínima importancia», afirma.

La historia comenzó el 8 de agosto de 1928. Aquel día Manuel Martínez Campillo decidió subir al Urriellu, de 2.519 metros de altitud, desde la majada de Cambureru, donde pasaba parte de su vida como pastor. Tras bajar contó a los vecinos y al resto de los pastores que había coronado el Naranjo de Bulnes en solitario. Sus paisanos, incrédulos, no le tomaron en serio. Tan a pecho se lo tomó el tío Martínez que decidió llegar de nuevo, ese mismo día, hasta la cima del Urriellu.

En esa segunda ocasión lo acompañó otro vecino de Bulnes, Manolín Mier Campillo, «El mellizo». Y para demostrar que habían estado allí bajaron con ellos el libro de registro que había en el buzón de cumbres, colocado en la cima por Víctor y Mariano Que, de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, el 18 de agosto de 1926. Con esta ascensión el tío Martínez abrió lo que se conoce como el «paso horizontal», a la derecha de la cara Sur, uno de los más habituales desde entonces. Una gesta que pocos conocen, salvo aquellos que la vivieron y sus descendientes.

Pero la historia no quedó aquí. Al día siguiente, y tras dejar bien claro que no mentía ni tenía razones para ello, Manuel Martínez volvió a escalar de nuevo el Urriellu solo, como la primera vez, para devolver al buzón de cumbres el libro que, el día anterior, había bajado al pueblo para demostrarles a sus vecinos que no había mentido. En el mismo libro dejó escrito lo siguiente: «Sin ayuda de cuerdas. Para que no digan que Bulnes no da águilas trepadoras. Al llegar a la cumbre hemos sentido una alegría tan grande como si hubiéramos tenido en las manos el premio mayor de Navidad».

El tío Martínez pasó sus últimos años en Arenas, donde era conocido y apreciado por sus vecinos. «Vivió con su hija Esther y con su yerno, Fidel Mier, en una casa en el barrio de Ríu», rememora Paulino Díaz, que lleva toda la vida recopilando las tradiciones y el pasado de su concejo. El mismo donde, en 1945, tuvo lugar, según señalan escritos y narraciones, un fenómeno meteorológico muy curioso y desconocido incluso por los propios cabraliegos: el «puveriu».

«Es una palabra genuinamente cabraliega», explica Paulino Díaz, que sirve para nombrar a las «montañas de nieve en polvo, algo que se produce cuando nieva con muchísima intensidad y que no tiene que confundirse con un alud», matiza. «Es un torbellino de aire que se produce de repente, en un sitio concreto, tras una nevada intensa o un fuerte temporal con gran acumulación de nieve en el terreno». «Es tremendamente destructor y violento», añade, «hasta el punto de arrancar árboles de raíz y transportar toneladas de nieve y piedras en su siniestro y devastador recorrido».

En uno de sus escritos sobre los «puverios», Díaz rememora lo que les sucedió el 15 de febrero de 1938 a Rosa Sánchez, María Díaz y a Dominica Campillo, que murieron sepultadas por un devastador puverio «cuando regresaban a casa tras haber recogido y cebado el ganado en Pertecéu». Toneladas de nieve en polvo, como surgidas de la nada, las envolvieron, y arrasaron con todo lo que encontraron en el camino hasta llegar a Abanín, a orillas del Duje. Aurora Ortega, la niña que iba con ellas, sobrevivió.

Algo similar ocurrió la noche del 11 de enero de 1945 en Tielve, cuando otro «puverio», iniciado en Gobiu, comenzó su destructor recorrido hacia el Puelu Baju. Ese mismo año, en Camarmeña, otro fenómeno similar causó la muerte de parte de la familia de Gerardo Prados. Murieron tres de sus cuatro hijos, los que dormían en el piso superior de la casa, salvándose Gerardo y su mujer, Josefa, «y el hijo que se encontraba en la parte baja», señala Díaz. Ese, afirma, fue el último «puverio» conocido. Un auténtico fenómeno de la naturaleza que sólo los más antiguos de Cabrales aún temen y recuerdan.