El montañero, escritor y fotógrafo José Ramón Lueje las inmortalizó con su cámara un día de un mes no identificado, allá por 1959, cuando ambas se habían asomado a la puerta de su casa. Son las hermanas Fidela y Viki Pérez Campillo, que entonces tenían 8 y 9 años, respectivamente, y que en una casa de la localidad cabraliega de Camarmeña, adonde se habían trasladado junto a sus padres, Fidel Pérez Mier y Laura Campillo Martínez, y sus otras tres hermanas y tres hermanos, desde Bulnes. La imagen, que ha dado la vuelta al mundo enamorando a muchos, recoge un instante único en que dos niñas, que parecen gemelas y con igual indumentaria, miran no se sabe adónde, en medio de un paisaje de abrumadora belleza, donde reinan la montaña y la piedra. Hoy, 54 años después de aquella foto, ambas hermanas regresaron para comprobar que, aunque el pueblo había cambiado mucho, aquella casa seguía prácticamente intacta, al menos, en el lugar donde fue hecha la fotografía.

Tanto Viki como Fidela se asombraron al llegar a Camarmeña de cómo el tiempo había respetado el lugar, ya que, exceptuando un árbol que creció a pocos metros, todo seguía prácticamente igual que aquel instante de 1959: la disposición de las tejas en el techo, la entrada con los dos escalones de piedra, apenas tomados por la hierba, la puerta e incluso el mismo bloque, de diferente color, que se puede observar, junto a la misma, a la entrada de la casa... «Es emocionante volver con mi hermana a este lugar, es una sensación muy bonita la que tengo al repetir esta imagen aquí, junto a Viki, en esta casa del pueblo», asegura Fidela, residente en Barcelona desde hace más de 35 años y que estos días regresó a su tierra para acudir al «cabo de año» de su madre, que se celebró ayer, domingo, 10 de marzo. El 17 de diciembre LA NUEVA ESPAÑA publicó un amplio reportaje sobre la vida y obra de José Ramón Lueje, y Viki Pérez protagonizó una primera foto, en este lugar, sin su hermana Fidela, que, en ambas imágenes, es la primera por la izquierda.

Por aquel entonces recordaba, entre otras cosas, que «en la casa de Camarmeña, que era de un familiar, vivimos unos tres años; luego nos fuimos para Arenas. Éramos ocho hermanos, cinco mujeres y tres hombres, y aunque aquellos tiempos eran duros, porque en cuanto tenías edad además de ir a la escuela tenías que ayudar con el ganado y en la casa, fuimos felices», afirmación que corrobora también Fidela: «Es cierto, como éramos tantos hermanos, nunca nos aburríamos; todo el día pensando en jugar. El pueblo nos parecía enorme y también la casa. Mira ahora, sin embargo, vuelves después de tantos años y te das cuenta de cómo se ve la vida con los ojos de la infancia. Qué cambio. Recuerdo a nuestra hermana mayor, Eloína, que creció muy deprisa y que fue para todos como nuestra segunda madre. Qué tiempos aquellos», dice con una sonrisa nostálgica.

El 8 de marzo de 2013 ambas, con 62 y 63 años, volvieron a ser aquellas niñas que miraban el horizonte buscando quién sabe muy bien qué. En este caso, el gesto es un poco más dulce, porque también es más intenso para ambas hermanas, que, durante su niñez, fueron inseparables y que, por su corta diferencia de edad y por el hecho de vestir y llevar un corte de pelo similar, la gente creía gemelas. No volvieron con la frente marchita. Al contrario. Volvieron con alegría porque para las dos aquella niñez, aun en unos años duros, fue muy feliz. La misma posición, el mismo gesto, tal vez la misma luz y, sin duda, en un escenario que el tiempo guardó intacto para ellas durante 54 años. Aunque ellas nunca supieron que Lueje las había fotografiado, el resto del mundo, sí.