Vamos sabiendo cómo funciona un cónclave vaticano, y, paradójicamente, lo decisivo parece ser lo que precede al encierro, los debates en las previas reuniones de cardenales, en los que se exponen, por así decir, los discursos programáticos. El Papa Francisco, al parecer, utilizó el concepto «periferia» para centrar su idea del trabajo de un papa, contraponiéndolo a la endogamia «autorreferencial» de la Iglesia. Lo que se conoce resulta brillante, conceptualmente seductor, atrevido: la «periferia» recibe tanto una acepción territorial como existencial (el pecado), ideológica (las periferias del pensamiento) y social (las de la miseria). La fuerza de ese discurso viene, no obstante, no tanto de su potencia especulativa como de que parece haber nacido de su propia praxis en las diversas periferias. No debería pasar inadvertido ni siquiera para los que estamos en la periferia religiosa.