Que lo llamen Derecho no quiere decir que tal disciplina no esté exenta de discurrir por sinuosos vericuetos que conducen igual a una cosa que a su contraria. Lo hemos visto en la disputa entre dos jueces de la Audiencia Nacional por quedarse con la investigación de los «papeles de Bárcenas». Gómez Bermúdez, Ruz y la Fiscalía, que salió en auxilio de este último, demostraron cuán dúctil es el lenguaje, material con el que se amasa la ejecución de la ley. Que esta disputa judicial se superponga a un escándalo de corrupción que horada los cimientos del PP no fomenta precisamente entre los ciudadanos la sensación de pisar tierra firme. Acaso la única tierra firme -la judicial- que nos quedaba en este inmenso lodazal antes llamado España. El lanzamiento de autos entre magistrados mientras «Luis el cabrón» y otros cabrones presuntos asisten divertidos al «sainete», como el mismo Bárcenas se atrevió a calificarlo, no ha sido tranquilizador. Como tampoco fue la imagen que dio la justicia en la vista celebrada en la Audiencia Nacional para dirimir la competencia en el caso. Sorprendían las maneras del magistrado Alfonso Guevara, cuyas excéntricas salidas son ya legendarias. Pero también sorprendía a su derecha una magistrada, María Ángeles Barreiro, que se tapaba la cara en todo momento con un folio en blanco, al parecer para que nadie pudiera grabar su rostro durante la retransmisión de la vista. Uno no sabía si reírse o llorar.

Y es una pena que empecemos a ver grietas -no sólo de índole estética- en un poder que parecía nuestra única tabla de salvación en este vertedero donde nadamos. Hasta la fecha, los jueces -si bien no con la celeridad que a muchos nos gustaría- han dado ejemplo al frenar desahucios, al cuestionar las onerosas condiciones que los bancos imponen a sus clientes, al procesar a altos financieros o a políticos que metían la mano en la caja común con la desvergonzada soltura del trilero.

La justicia es la gran estación depuradora de todas las aguas residuales que nos provocan esta náusea social. Por ello conviene cuidar la maquinaria, no someterla a sobreesfuerzos. No sea que los filtros queden tupidos y ya no pueda seguir procesando detritus en tiempo y forma. Por eso mismo es la hora de preguntarse si vamos en la dirección correcta colocando sobre los hombros del juez Ruz todo el peso de un caso de supuesta corrupción que ya no se circunscribe exclusivamente a los manejos de la pandilla de Francisco Correa -que parecen infinitos-, sino que ahora se ha ampliado a toda una galaxia de constructores ajenos a «Gürtel» y receptores de miles de millones de euros en adjudicaciones del Ministerio de Fomento, la mayoría en la época de Álvarez-Cascos. ¿Podrá un hombre solo explorar durante este siglo todo este universo en cuyo maloliente agujero negro central estaría la «caja B» del Partido Popular? La magistrada Clara Eugenia Bayarri, que el miércoles emitió un voto particular contra la decisión de concentrar el caso en Ruz, cree que no. Dejó escrito que caminamos al «seguro entorpecimiento» y a la «obstrucción» de la investigación. Si eso ocurre, entonces la justicia sí que tendrá que tapar su rostro con un folio. Para que no se vea cómo enrojece de pura vergüenza.