Oviedo / Ciudad de México,

Álvaro FAES

«Mañana van ustedes a Atlatlahuacán, lo van a disfrutar. Por mi parte, gracias por habernos visitado» . En la parcela con hórreo de una sobria casa en el barrio de San Pedro de las Flores, centro geográfico de México DF, Andrés Fernández, presidente de la Casa de Asturias de Acapulco, despedía así a los visitantes de aquel día: el presidente del Principado, Javier Fernández, y la parte institucional de la misión comercial que llevó a un grupo de empresarios a México, y también a Panamá y Colombia. Tenía la certeza Andrés Fernández del contraste que la delegación iba a encontrar entre la modesta sede de su joven agrupación y las inmensas instalaciones del Centro Asturiano de México, en el municipio de Atlatlahuacán, estado de Morelos, a unos 80 kilómetros del gran Distrito Federal.

Más de dos millones de metros cuadrados sobre los que se asienta una comunidad fuertemente arraigada, con origen en un equipo de fútbol, el Club Asturias, creado en 1918. También son varias las generaciones de asturianos en Acapulco, pero su Casa de Asturias nació hace sólo cinco años en lo que fue un edén turístico y donde ahora dictan su ley criminal los cárteles de la droga. De la colonia del Principado apenas queda nada allí. Han tenido que emigrar de nuevo, esta vez a la capital del país, hartos de pagar por «protección» y de vivir con el miedo a topar una balacera a la vuelta de la esquina.

Así que la Casa de Asturias de Acapulco ahora está en el Distrito Federal (DF) y trata reconstruirse alrededor de su hórreo con chigre. «No tenemos grandes instalaciones, es todo lo que ven, pero cuenten con nuestra hospitalidad», le dijo César Ramírez, secretario de los asturianos doblemente emigrantes al presidente del Principado. Su vivienda comparte espacio con la sede de la Casa de Asturias. Todas las tardes, la música de su escuela de gaita sobrepasa el muro rosáceo y se filtra entre los seis carriles humeantes de la calle Patriotismo: coches, asfalto y tráfico voraz.

El Centro Asturiano está lejos del DF. Puede llegar a dos horas por carretera si el tráfico se tuerce, nada excepcional. La comunidad asturiana ha reunido 2,3 millones de metros cuadrados. No alcanzaría este espacio para enumerar sus servicios, a disposición de los 34.000 socios de la entidad, algo más de mil con raíces familiares en el Principado: los asturianos de sangre, los que deciden, los únicos con derecho a voz y voto en las asambleas de este centro.

La junta directiva, compuesta por 27 integrantes, asturianos o hijos de asturianos, dirige esta especia de Disneylandia de la tierrina, un parque temático astur, un «resort» de vacaciones, con dos hoteles (450 habitaciones), parques acuáticos, piscinas, decenas de pistas deportivas, restaurantes, cines, bolera asturiana (también americana) y, de remate, campo de golf de 18 hoyos cuyo diseño firma Jack Nicklaus, conocido como «el oso dorado», para muchos el mejor golfista de la historia.

Dirigentes emigrantes de éxito. Industriales, empresarios casi todos, incluso con pequeñas fortunas labradas a golpe de riñón. «Hay quien piensa que esto es emigrar y triunfar. Y no, hay que doblar mucho el lomo antes», cuenta Juan Luis López, de 60 años, origen cabraliego y en México desde los 15, cuando utilizó un permiso paterno de viaje a Sevilla para cruzar el charco con unos ahorros, disfrutar de los Juegos Olímpicos de 1968 y quedarse para siempre en el país.

El presidente del Principado visitó el Centro Asturiano junto a Paz Fernández Felgueroso, desplazada a la etapa mexicana del viaje institucional, en su primer viaje desde que preside el Consejo de Comunidades Asturianas.

Desde la inmensidad del Centro Asturiano se divisan a lo lejos los volcanes del Popocatepetl y de la Mujer Dormida. Javier Fernández los otea desde el cochecito de golf que pilota el presidente del Centro, Manuel Arias. Es imprescindible un vehículo para la visita.

El Club Ecológico del Centro Asturiano es una pequeña ciudad, con 700 empleados, y genera unos 200 millones de dólares al año, «que contribuyen a los gastos de mantenimiento». La comunidad pivota en sus tres sedes. La inabarcable de Atlatlahuacán, el edificio de oficinas en el exclusivo barrio de Polanco, en el DF, y el «Parque Asturias». Allí concentran las actividades deportivas de competición, centenares de equipos en ligas internas de fútbol, baloncesto, voley?

A su escala, en la Casa de Asturias de Acapulco preparan su primer torneo, el I Campeonato abierto de gaita «Ciudad de México». Van a tope con la organización y prometen pelearlo, que de algo tiene que servir la escuela de su sede de la calle Patriotismo con la Trece, también domicilio de César Ramírez. «Es mi casa, pero primero la de los asturianos», dice este mierense, hinchado de orgullo cuando su hija Ester, 9 años, suelta eso de: «Fai un cutu qu'escarabaya'l pelleyu».

En el Centro Asturiano, en el grande, es Aurelio González el guardián de las esencias. Aprovecha la visita del presidente asturiano Javier Fernández para pedirle ayuda: «La distancia es mayor de Asturias a México que de México a Asturias. Es necesario que no perdamos los lazos. Apenas nos llega material del Principado, folletos, algún libro?». El presidente lo deja arreglado. Un granito de arena más para mantener viva la llama asturiana entre los jóvenes del Centro Asturiano que viajan cada verano a la región junto a Aurelio González con su iniciativa «Así es Asturias», un programa «para que sepan cuáles son sus raíces», cuenta el encargado de la Comisión de Cultura del club.

Una labor que le gratifica, igual que la de escribir el libro de la historia del Centro Asturiano en México por su nonagésimo aniversario (1918-2008), y una forma de sentirse cerca de casa, de mitigar una añoranza que no mengua por mucho que su vida, como la de tantos allí, se haya amoldado a las costumbres mexicanas.